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5 hermanas

Tengo cinco hermanas. Una bailó conmigo hasta después de muerta. Otra se curó con limón heridas que yo misma le hice. Dos me rajaron el cuerpo tantas veces que ya ni recuerdo los cuchillos que usaron. La última me prestó sus lágrimas para que pudiera seguir llorando.

Yo tengo cinco hermanas. A veces, me parecieran miles y las sintiera sobre mí como incontables capas de abrigo. Ropas que pesan y me calientan las costillas. A veces, estoy desnuda y ninguna mano me tiende un trapo para tapar mis vergüenzas. Que son muchas. Sea como sea, tengo cinco hermanas.

Escribo porque no conozco otra forma de hablar conmigo misma. No espero que nadie me lea. Solo aspiro a contar que tengo cinco hermanas. Verbalizarlo se me antoja estúpido, por eso, hoy escribo sobre estas cinco hermanas, que son las mías, para que otras puedan encontrar las suyas.

Una llora fiesta por su único ojo y me guiña desde lejos rematando el golpe. He aprendido a ser sin ella, porque ella siempre fue sin mi. Se lo debía todo. Ya no quiero regalarle nada. Cuando lloré al sol durante tres días, no me ofreció agua. Ella es mi tesis más antigua, mi dolor más hondo.

Tengo cinco hermanas que me vieron en posiciones indignas y me gritaron fuerza. Las cinco conocen mi cuerpo, porque es también el de ellas. No soy más mía que suya y jamás pretendí serlo. Yo conozco sus mentiras, sus aires de grandeza y el momento exacto en el que aprendieron el poder de una negación tajante.

Mi forma de demostrarme amor a mí misma siempre fue quererla más a ella. Usé sus manos para barrer mi casa y hacerla nuestra. Su padre invisible me dio un beso en la frente. Le regalé libros que nunca entendió. No crecimos de verdad hasta que nos intercambiamos los ojos. Y con todo eso nos hicimos poetas.

Me susurró un día que escribía bien. Ella ni si quiera me miró al decirlo, pero yo me lo creí toda la vida. En su honor busqué marcianos en Marte y anotó en su diario que yo estaba obsesionada con dejar este lado del mundo. Lo leí a escondidas mientras ella disfrutaba de uno de sus largos baños de sol. No se equivocaba.

Llevaba pañuelos sobre la cabeza porque yo le arrancaba siempre los cabellos. Hizo de trizas corazón y se escondió de mí en un cajón durante dos años. Vendió el mueble en una tienda de segunda mano. Yo puje por él en una subasta sin imaginar el tesoro que llevaba dentro.

Tengo cinco hermanas que me piensan a escondidas. Me odian a ratos y hablan con sus otras hermanas sobre el color de mis ojos. Dicen que desprenden ira. Yo conozco sus halagos. Cierro los ojos si cuentan cuentos en el bar de siempre. Ellas huelen a casa, a barrio. 

La vi sola en una ciudad enorme. No tenía hambre y la obligué a comer. Yo pensaba que sabía lo que ella necesitaba y por eso nunca le permití hablar. Voló antes. Fue la primera. Voló del nido y del miedo, aunque nunca abandonó ninguno de los dos del todo. Me dolió hasta decir basta.  

Yo tengo cinco hermanas y me parecen muchas. Cruzan las paredes de la casa y ni siquiera están aquí. Una recorrió kilómetros sin mí. No me di cuenta de que se había ido hasta que la falta de dolor me obligó a pensar en su ausencia. Otra despareció ante mis ojos mientras luchaba por hacerla mía. Dos me abrazaron el corazón años después. Y a ellas les debo mis ojos. Otra me recitó su vida en verso y desde entonces siempre que lloro, lloro por las dos. Volaron peines, faldas, libros y trenzas. Seguíamos siendo cinco hermanas. Ahora mujeres, ahora fieras. 

Seguimos siendo cinco hermanas. Hace tiempo prometimos al aire que nunca nos dejaríamos ser menos, y desde entonces siempre somos más. Nos multiplicamos a lo ancho y a lo alto. Recorremos distancias eternas sin andar dos pasos. Cinco hermanas que nunca van juntas y que desde hace años, disparan con puntería sus mismas balas. 

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