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¿Todavía?

Fue allá en el monte donde murió Don Iván — ¿Todavía nos siguen? — preguntaba moribundo. No dejaba de pensar en aquellos hombres, armados hasta los dientes que iban en su búsqueda.

Hace 50 años, cuando todavía era joven y nuevo en el pueblo, apenas llegó se metió en una bronca bien grande. El muchacho se enamoró de Tamara, la hija de Don León, un traficante muy pesado dentro y fuera del país. Se estuvieron viendo a escondidas por mucho tiempo, y un día les cayeron.

Estaban en el lago, echando pasión, cuando escucharon una multitud de voces. Eran León y su banda. Al percatarse de la situación trataron de huir, pero iban tras ellos, y cada vez estaban más cerca.

—Solo quiero que dejes en paz a mi niña —decía—. Si vienes aquí con ella y me prometes no volverla a ver te dejaré vivir. No seas un estúpido.
Ambos sabían que lo que decía era mentira, y que para ese hombre no había nada más certero que un balazo.

Después de analizar la situación, Tamara salió a dialogar con su padre. Acordaron una conversación en paz entre él y su amado. Al encontrarse León no dudó en sacar su arma y apuntar al joven, pero este se defendió lanzándose en su contra. En el forcejeo, Iván tomó la pistola, y sin dudar disparo, pero le salió mal.

La bala le dio en la mera frente a Tamara, quien cayó muerta a los pies de su padre. Esa fue su sentencia.

Se fue a otro estado y reconstruyó su vida, pero siempre cargando con la culpa de haber matado al amor de su vida. Solo se atrevió a volver hace 15 años, cuando Don León ya estaba muerto.

Fue una buena persona todo este tiempo, y me acogió bajo su ala cuando me encontró desahuciado. Y tan solo hace unos meses los sucesores de Don León se enteraron del regreso de Iván.

Sin duda no le quitaron el ojo de encima, pero nunca se atrevieron a hacerle algo.
Esta mañana Don Iván llegó asustado a mi casa, tocando la puerta desesperadamente y gritando por ayuda. Me dijo que lo buscaban y que lo querían matar. Nos fuimos de ahí, sin un rumbo fijo y caminando por más de 10 horas.

Pobre Don Iván, con el tiempo fue perdiendo la cordura. Olvidaba ya fácilmente las cosas; a veces pensaba que todavía tenía veinte años, otras veces me contaba que saldría con Tamara. En muchas ocasiones tuve que volver a presentarme con él, porque no me recordaba. Su arrepentimiento lo torturaba ahora más que nunca, imaginando que aún lo buscaban por la muerte de su amada.

Esta mañana fue más fuerte, y sentía que hoy se moría. Al final se le cumplió, pero no como él lo pensaba. Le seguí la corriente, para no echar más leña al fuego. Me lo llevé directamente al monte, donde no suele haber persona alguna.

— ¿Todavía nos siguen? —me preguntaba constantemente, y yo le decía que no, pero que siguiéramos caminando para estar seguros.

Ya estando allá arriba empeoró la situación. Se puso a llorar desconsoladamente por Tamara, parecía que en cualquier momento el aire abandonaría sus pulmones.
Con una puñalada en el cuello esperé a que acabara su sufrimiento.

— ¿Todavía nos siguen? —preguntó con su mano envuelta cubierta de sangre que tapaba la herida— ¿Todavía nos siguen? —preguntó con su último aliento.

Fue allá en el monte, allá maté a Don Iván.

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