La palabra gorda en el imaginario social es considerada tabú, una palabra evitada, una palabra no deseada, pues ha sido utilizada como insulto a través de los años. Incluso cuando no tiene ánimos de insultar se utilizan eufemismos para referirse a esta: “rellenita”, “gordita”, “anchita”, etc. Está en el inconsciente general que ser gorda “está mal”, y tanto la cultura como los medios de comunicación se han encargado de promover cánones corporales que se alejan rotundamente de los cuerpos gordos, provocando una incomodidad general frente a su existencia.
Bethel Martin tiene 22 años, y hace 4 se unió a una lucha: la liberación de los cuerpos gordos. Un activismo llamado gordofeminismo que lucha contra la marginación, humillación, invisibilización y ridiculización de las corporalidades gordas y diversas. “Cuando encontré el feminismo descubrí el amor propio y empecé un proceso (…) Para mí amarse y ser gorda es un acto de rebeldía brígido, porque vai (sic) en contra todos los cánones de belleza que te han impuesto, en mi caso, por 22 años”.
Hay una delgada línea en donde estas acciones inconscientes y aprendidas pueden convertirse en verdaderos prejuicios y discriminación hacia las corporalidades gordas. Se suele asociar el sobrepeso comúnmente con flojera, falta de voluntad, mala alimentación e incluso fealdad. Bethel reconoce que desde muy pequeña tuvo que enfrentar la idea de que su cuerpo estaba “mal”: “Desde chica me llevaban mucho a la nutricionista, en el colegio sentía las burlas, mi mamá me llevaba al super a comprar jamón de pavo, quesillo y pan pita, y yo lloraba”.
El rechazo a los cuerpos gordos nace de una construcción social, que activistas consideran provenientes de tres modelos interconectados: el estético, que habla de que un cuerpo gordo no es atractivo, luego la salud, que dice a que un cuerpo gordo no es sano y, por último, la moral, que refiere a que el cuerpo que no cumple con lo anterior es un cuerpo “desobediente”.
La psicóloga M. Ignacia Díaz explica que existe una presión social y moral de lo que es considerado correcto y lo que todos “deberían” ser y hacer, que repercute en la persona que no entra en esos parámetros, provocándole dolor y culpa: “Este constructo social de lo que es correcto indica que las personas deberían ejercitarse, deberían comer bien y eso refleja un resultado, y cuando yo no reflejo ese resultado, es que lo estoy haciendo mal”.
El argumento de la salud
No se puede decir automáticamente y a ciencia cierta que una persona gorda se alimenta mal o no hace ejercicio, como no se puede decir que una persona delgada se alimenta bien y se ejercita. Las variables que influyen en el peso de una persona son infinitas, aclara la psicóloga Díaz, aun así, el argumento de la salud es el principal “justificador” del ataque a las personas gordas en redes sociales, comentarios como “deberías cuidarte más”, “estás promoviendo la obesidad con esa foto” dicen las activistas, son los que más se repiten en sus posteos.
Una de las ideas que promueve el activismo gordofeminista es entender la salud como el bienestar integral de la persona, y una relación saludable con la comida, alejándose de las dietas restrictivas cuyo único objetivo es bajar de peso. Bethel confiesa que disfruta de cuidarse a sí misma a través de lo que llama “alimentación consciente”: “Podí (sic) cuidar de tu salud nutricional sin que te afecte tu corporalidad, quizá sí, en efecto, vas a bajar de peso, pero sin que esa sea la meta”.
La terapeuta M. Ignacia comparte esta idea, y distingue entre la salud por amor propio, y la presión de la delgadez como sinónimo de salud: “Puedo decidir ‘quiero sentirme bien mejorando mi alimentación’ y está perfecto, pero ¿cómo evalúa la salud la sociedad? Si te venden todo el rato pastillas para adelgazar, dietas milagrosas, etcétera”.
Un sesgo estructural
No se trata solo de las burlas de personas individuales y los comentarios humillantes en redes sociales, denuncian las activistas. Las corporalidades gordas encuentran obstáculos en la vida cotidiana, desde pasar por los estrechos torniquetes de las micros, las miradas escrutadoras en la calle, en el metro, en los restoranes, y muy notoriamente en las tiendas de ropa. Niñas que desde temprana edad tienen que buscar prendas en la sección de adolescentes, y jóvenes que solo pueden optar a ropa de “mujer mayor” en el retail. Bethel reclama que siempre fue difícil para ella encontrar ropa: “Yo fui esa adolescente que lloró en un probador muchas veces. (…) Cuando te regalaban algo y te quedaba chico, y qué vergüenza después decir ‘ay es que me quedó chico’ y te decían ‘ay pero si compré la talla más grande’”.
En una sociedad de mercado donde todo gira en torno a su utilidad, el cuerpo gordo es un cuerpo no funcional, que vive menos años, que trabaja menos. Pero a la vez es un cuerpo que consume, se le presiona a seguir un canon que le lleva a comprar productos que le prometen ese cuerpo ideal, y si no lo consigue, siempre puede ir a comprarse un helado o una hamburguesa al McDonald’s. Así la psicóloga M. Ignacia Díaz propone una interpretación: “Aquella sociedad que te juzga es la misma que te engorda. (…) Además la salud es un bien de consumo, la comida con bajo aporte nutricional es más barata, tiene que ver con la misma precarización de la vida”.
Romper la norma
Aun cuando la obesidad sí es una enfermedad y debe ser catalogada como tal y controlada en lo posible, ella no justifica la exclusión y humillación sobre las personas gordas. La presión del cuerpo ideal puede provocar un problema de identidad, pues se vive en un constante tránsito hacia una meta, a la idea de vivir en otro cuerpo, de ser otra persona, relegando el cuerpo que ya es propio a una mera etapa hacia un ideal delgado.
Bethel encontró una forma de apropiarse de su cuerpo y a la vez hacer una crítica a la norma, cuestionando los que considera opresivos cánones de belleza occidental: bailar twerk. Declara: “Desde muy chica amé bailar, pero lo fui dejando de lado por el miedo a la burla, hasta que un día fui a un taller de twerk y me cambió el mundo. (…) Encontré un espacio donde había más cuerpos como el mío y mucha diversidad, el lugar tenía una visión feminista”.
“En twerk mostrai (sic) partes que por mucho tiempo te incomodaron; las piernas, la celulitis, el poto (…) A los cuerpos gordos desde siempre se les ha dicho que no son un cuerpo bonito, deseable, no son un cuerpo sensual, que son asquerosos, repulsivos, y no po’ (sic), yo hago esto y me siento sensual, me siento bacán, me siento hermosa”, sentencia.
Bethel usa su Instagram para promover “la rebelión del cuerpo”, hace talleres de twerk para empoderar a otras mujeres, ha sido modelo de emprendimientos de lencería y constantemente está publicando contenido relativo a la aceptación del cuerpo y la crítica al statu quo.
El activismo contra la gordofobia se levanta contra toda una estructura que lleva años de existencia y validación social, invitando a cuestionarse el lugar del propio cuerpo en la sociedad y cómo desde su diversidad y la aceptación de esta se libera de la opresión de aquella estructura