“Lo decíamos embriagadas,
y lo tuvimos por verdad
que seríamos todas reinas
y llegaríamos al mar.”
Todas íbamos a ser reinas, (Mistral, Gabriela).
Como si de un poema en presencia se tratase, así comienza la obra Mistral, Gabriela 1945, presentada en los aposentos del centro cultural Gabriela Mistral. Su puesta en escena intriga y envuelve en una aparente simpleza que invita a prestar especial atención al significado de cada diálogo. Un inicio tenso, incómodo y profundamente atractivo.
Solange realiza un trabajo espectacular como Gabriela; logra que el trabajo, el dolor y la lucha se hagan presentes, incluso para quienes estamos lejos de haber vivido la historia íntima de esta poeta invaluable. En los últimos años, la vida de Mistral ha sido manchada por rumores y malentendidos, especialmente en torno a su vida íntima. La obra aborda estos temas con naturalidad, humor y una honestidad a veces cruda.
Por eso quedé completamente hipnotizada. La narración sitúa a Gabriela atrapada en una habitación: cuatro paredes, cuatro luces y una silla de cuatro patas. Esta escenografía transgrede con ironía la noción de un secuestro, evocando, dentro del imaginario chileno, algo más profundo que el encierro físico. ¿Por qué? Porque cuando hablamos de secuestro y tortura solemos referirnos al contexto de dictadura, donde la crueldad es protagonista. Aquí, en cambio, el dolor lo encarna Gabriela misma: mujer, poeta y sáfica.
Entonces aparece la muchacha (interpretada por Valeria Leyton), quien representa a quienes la han “secuestrado”, obligándola a escribir sobre sentimientos que ya no posee, que debe inventar, porque lo que dicen… vende. Sin embargo, a medida que avanza la obra, el discurso se invierte. Descubrimos que la muchacha guarda un secreto, y que conoce a Gabriela más de lo que aparenta. Así, poco a poco, se revela la verdadera poeta: más humana, más compleja.
“Quería encontrar un tono que rescatara todos los conflictos en los que participó y su importancia intelectual y política. En este texto Gabriela Mistral se contradice, duda, manipula, se ofende, se jacta y se avergüenza. O sea, se parece un poco más a una persona y menos a un billete”
— Andrés Kalawski, dramaturgo.
Por eso considero que esta obra ha sido preparada con cariño, cuidado y el respeto que una figura como Gabriela Mistral merece, aun cuando su legado ha sido a veces malinterpretado o reducido. Lo que vemos en escena es a la persona y a la artista, gracias a la exquisita interpretación de Solange y Valeria, a quienes felicito desde lo más profundo de mi corazón.Ha sido una experiencia conmovedora, honesta y avasalladora. Sin duda, una forma poderosa de ponerse de pie y cuestionarse: ¿Quién fue Gabriela Mistral? ¿Cuáles fueron sus fantasmas, sus penas, sus arrepentimientos? ¿Será, finalmente, que todas las reinas llegan al mar? Y quiero pensar, que el mar esta vez es el tablón, la obra, el reconocimiento merecido.
Y ante eso… ¿Alguien realmente llegará?