14 mins read

De dos horas y 40 minutos 

“Tal vez

de cuatro o cinco noches como ésas

pero precisamente como ésas

tal vez

pueda vivirse

como de un largo amor

toda una vida”. 

Idea Vilariño.

 

Tan sólo te pedí ayuda con una botella de vino, es cierto, nunca he tenido un destapador. O sí, tal vez te estaba invitando a dormir a mi casa, nos despojé al fin de ciertas jerarquías que lo impedían. 

Un —no— fulminante, y no esperaba menos; tu trato nunca fue tan amigable conmigo.

Pero pasaron tres semanas y un par de días más quizás, cuando escribiste. 

Ahora sí, ahora aceptabas y todo, como un terremoto.

Vivía tranquila, relativamente bien, 

a menudo dormía bien acompañada 

y sin mayores preocupaciones 

pero tú aceptaste. 

Tú dejaste entrar a esta loca que ahora escribe públicamente esta historia. 

Todo, absolutamente todo cambió después de ciertas conversaciones, un espumante y dos cervezas que no alcanzamos a terminar porque me miraste.

Me miraste y enloquecí, y es que tus ojos estaban puestos en mí.

Me entregué, era todo lo que quería y más,

te tenía ahí, frente a frente con toda tu atención.

Con esos ojitos negros, que de noche, como a los gatos se les dilata la pupila,

y como sabes que puedes y podrías conseguir que cualquiera cayera de rodillas. 

 

Me heriste con ese beso, el beso que más esperé al menos en estos últimos años.

No recuerdo haber considerado a quien le fuese realmente tan indiferente.

 

Diría que te amo, pero amar es estar, y nosotros nunca estuvimos. 

Me habría encantado amarte. 

A la mierda todo. 

¿Por qué tienes que ser tan correcto, tan bueno?

No tengo razón para odiarte. Me habría encantado que jugaras conmigo, matarnos tirando hasta que todo terminara mal. Terriblemente mal. 

¿Dónde queda tu filosofía de vida, que nada importa si un meteorito cayera en ese momento?

No voy a atribuir descaradamente mi depresión a esto, 

porque es algo que llevo.

Pero en nuestros encuentros la vida tomaba sentido, 

todo el sentido del mundo. 

Te agradezco:

Con ese desdén y tu apatía, me salvaste.

Me salvaste de ser todo lo que dije; no sería jamás. 

Que lamentablemente la idea del amor romántico nunca la había superado,

sino que ahora quería llevar un anillo en mi mano con tu nombre, 

Y tú, uno con el mío,

y no sólo eso, sino que también,

después de negarme una vida entera a la maternidad con plena convicción, 

A querer tener un pequeño que también llevara tu nombre,

y luego otra pequeña, que ya decidiríamos cómo bautizar.

 

Alguna vez te di las gracias por volver a sentir.

Una última tormenta amorosa me hizo pensar estar muerta hace varios años.

Pensé que se sentía así sólo una vez.

Y que todo lo que venía después era algo como lo que venían siendo hasta ahora mis días.

Placer, diversión transitoria y vacía, o simplemente ternura y costumbre.

Que ya no existían miradas que destruyeran de amor, que no iba a ver los ojos más lindos del mundo, y derretirme en cada gesto. 

Pensar que ya no se podía volver a sentir emoción previa a un encuentro, 

Y sabía, sabía que esto no era más que un simple encuentro (para ti).

Aun así llamar a la comisión de expertas tres horas antes de salir, o bien, siete días antes,

dejar un audio de cuatro minutos  y medio preguntando qué debía hacer, qué ropa ponerme, y hasta cómo peinarme.

Las veces que te pedí que me miraras, 

lo que llevaba puesto o pregunté cómo quedaba mi maquillaje, mi sostén, porque claro,  nunca ibas a decir que me veía linda genuinamente 

y yo, 

yo no podía desperdiciar las tres horas que te di, que te di 

frente al espejo para que no dijeras definitivamente nada. 

¿Prefería acaso un halago forzado? Absolutamente sí.

 

Desde el día en que dijiste en un gran texto que no querías nada.

Que no te interesaba ni un poco.

Sin escatimar en palabras, un amplio vocabulario, y una perfecta redacción, regalando un sinfín de argumentos válidos por supuesto que tanto te caracterizan.

Para decir que no querías nada.

Capaz un simple “no”, habría sangrado menos.

Tal vez mentir no habría estado mal esta  vez.

Bien dice el adagio: no te involucres con periodistas.

No conocí a alguien con tanta aspereza para aclarar las cosas, 

¿Sabes? Tampoco te pedía tanta sinceridad.

En ese primer rechazo, no sabes cuántas ganas tuve de rayar tu auto y escribir: ¡A la mierda tu responsabilidad afectiva! 

Pero habría sido demasiado, 

quizá sólo apuñalar un neumático, 

Claro que no lo habría reventado,

con una pequeña punzada bastaba para que en el camino sintieras como la goma iba decayendo al andar. 

O dar vuelta una enorme bomba de pintura roja en el asiento de copiloto, en el caso que tus razones tuvieran un nombre, si existía a esa a la que sí querías.

Y es que me compré conjuntos de encajes pensando en ti.

 

Capaz algún día leas esto, quizá hoy mismo y a tu lado esté «ella»,

la que decías que no era nada serio,

y con quién no tenías ganas de tener algo tampoco, 

Ella, que de seguro ya salieron a algún panorama de día, 

a una obra de Teatro a Mil,

almorzaron junto a tu padre,

o la presentaste al menos a tu hermano. 

 

Estoy segura de que nunca escuchaste ninguna de las canciones que te dediqué, 

y que tú, lo más cerca que estuviste de hacerlo 

fue cuando cantaste cierta parte de una que ni siquiera sabías bien su letra, 

y me dijiste que la escuchara. 

Era Tu reputación de Arjona. 

Si hasta le prestaste mucha más atención a los demo de mi amiga que a cualquier cosa que yo te pudiese contar.

 

Te escribí, durante muchas noches. Te escribí cartas eternas que no te leería. Sólo porque necesitaba que siguieras estando de aquí. 

 

Sé que tienes un hermano y una hermana.

Sé que te preocupa mucho tu abuela. 

Sé que almuerzas seguido con tu padre ¿Qué podrías saber tú de mí?

 

Además de conocer mi cuerpo, 

mi cara, que, de hecho, nunca has mirado tanto, 

es claro que debes pensar que estoy loca, 

lo que no niego en ningún caso (vengo saliendo de un psiquiátrico), 

que estoy obsesionada, 

o que soy una niña caprichosa, 

que seguro soy la que no sabe separar el amor del sexo, 

que después de cada aventura quedo enamorada pero no.

No quiero reposar en el torso desnudo de alguien más,

No mentí cuando dije que dabas los mejores besos que hasta ahora conocí, 

Que no habita en mi pequeño mundo una boca tan deseable como la tuya.

Como si no te hubieses sumergido dichoso entre mis piernas, 

pidiéndome una vez más,

como si no me hubieras ordenado «no te pongas la ropa todavía»,

o te hubieses frotado con tanto placer entre mis tetas,

como si no te hubieses revolcado de lujuria mientras yo desde abajo miraba como apenas lograbas abrir tus ojos, esos ojos.

como si no me hubieras pedido el culo más de una vez.

 

Pero habrá que conformarse con besos mediocres,

con miradas que no digan nada,

con la paz de ir de cita en cita sin emoción alguna. 

Y con los gajitos de dignidad que voy recogiendo, 

me dispongo a salir ahora con el primero que me invite, 

vestir lo que ya sé me queda bien, ninguna gota de ansias. 

No me quejo, se me dan estas situaciones sin ningún esfuerzo.

Es más fácil de lo que a veces quisiera. 

Sabré escuchar como habla un rato de sí mismo 

Y, por cada logro y éxito que alardee, 

Yo sonriente y encantadora pediré un trago distinto,

Sin mirar la carta, dejaré que pague la cuenta sin siquiera darme por aludida, 

para luego llegar a mi casa, o a la suya, sin expectaciones, 

Un poco más de espumante para dejarme tocar, 

para tener que tocar otros cuerpos.

A complacer sin sentir placer.

Esperar que acabe rápido mientras finjo entusiasmo por la situación de la manera más cínica posible. 

Y así, un millón de veces para sentir que mi cuerpo ya no te pertenece.

 

Volveré a encontrar a ese que quizá me guste un poco y le guste a él, 

que sea bueno y no necesite emborracharme para besarlo, 

Que tal vez coincidamos en algunos gustos, 

De música, literatura o de cocina.

Un buen compañero. 

Sé que llegará, más aún que no acostumbro a estar sola, 

pero será la tibieza la que predomine el resto de los días.

Probablemente una vez que te olvide, volveré a encontrar una porquería el amor romántico, y mis ganas de ser madre volverán a quedar en el olvido, que quizá es lo mejor de todo esto. 

Que ya no voy a querer un para siempre, sino que buenas compañías, cómplices del momento y de etapas.

 

Y eso tenía que ser así, después de todo.

¿Qué haría yo con dos críos en el brazo?

¿Qué tipo de esposa depresiva, farmacodependiente, muchas veces borracha y sin título sería?

Ya no podría sacarle en cara a mis tías, primas que yo no caí en la trampa del matrimonio y los hijos, que ya no sería la tía soltera que viaja, desayuna whisky y renueva pareja en cada evento familiar.

 

Gracias por recordarme que de amores tibios se puede vivir. Y también que dos horas y 40 minutos bastan para fundirse de amor.

Paula Kiessling

Periodista en Revista Diversas. Nacida en la ciudad de Concepción.
Se ha desempeñado como reportera en el área de política de Radio Portales y en difusión cultural para la Revista digital El corral Media.
Ha participado de diferentes talleres de escritura en Balmaceda Arte Joven.
También, trabajó en el medio web de contingencia www.copano.news

pkiessling@diversas.cl
paulakiessling.f@gmail.com

Latest from Blog