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Carta a mis compañeras de tormenta

apto sólo para nostálgicas

“¡Chicas a controlarse!”, grita la TENS de turno. Son las siete de la mañana, sólo hay dos opciones: tirarse abajo de la cama con un ojo cerrado y otro abierto o caminar arrastras. La paciencia aquí, no es una cualidad que abunde entre las funcionarias, y es que como cada mañana hay que tomarse los signos vitales.

Después la mayoría opta por volver a la cama, aunque el desayuno viene a las ocho, (nunca esperé la comida con tantas ansias). Hacer la fila con sueño afirmar mi cabeza sobre otro hombro, «buenos días», dicen las más despiertas, las que no, simplemente hacemos señas, nos abrazamos en la espera, donde en el fondo sabemos que somos lo único que tenemos. Y quién sabe por cuánto tiempo más.

Pedazos de crayones, sopas de letras y más de algún dibujo a medio pintar dando vueltas, (aquí no existen lápices ni nada que tenga punta por supuesto), hay que despejar la mesa para que alcancemos todas en ella. Normalmente  las mañanas suelen ser calladas, tranquilas porque el pinchazo de la noche anterior probablemente estuvo fuerte.

La mayoría irá por otra siesta (las más funcionales, como la Mar o la Ivania se bañan), hasta que lleguen las terapeutas a buscarnos, incluso dentro del baño, o directamente sacarnos de la cama. 

Hay días que participar en los talleres de respiración es un poco más motivante, pero lo realmente motivante, es el momento de bajar al patio, pues, es la hora de fumar.

Los cigarros aquí son preciados, un tesoro, casi lo único que nos dejan tener, aún así difícilmente alguien niega un pucho a quién lo necesite. Incluso, se olvidan algunas diferencias y se rompe el hielo cediendo un cigarro por la paz.

La Fran, la más interesada en bajar, preguntando la hora a cada un minuto, va entrar al baño justo a la hora de bajar a fumar, luego correrá para en tiempo récord, sacar sus puchos del casillero y otra vez, como casi siempre, se traba su llave. Los tiempos aquí son clave, los horarios son sagrados y si te tocó bajar con Don Víctor, cagaste porque no espera a nadie, pero la Fran siempre logra bajar al último llamado.

Estar abajo, ver las nubes, sentir algo de aire a pesar del encierro. Cada día es igual al anterior y sólo podemos notar la diferencia cuando bajamos y está nublado, cuando hay que sacarse ropa en el patio ¿Por qué bajé tan abrigada?

Hay días en que nos corremos todas para alcanzar unos rayitos de sol que sea, otros, en que este nos pega en la cara y no hay donde esconderse; están también los días donde debemos buscar lugares estratégicos para no mojarnos con una incipiente lluvia de noviembre. Admito, estos son mis favoritos.

¿Qué será de la kombucha?

¿Qué será de la señora Jimena con J?

¿Quién estará peinando a la Teresita?

Y, ¿la señora María? ¿Con quién estará bailando?

¿Qué estará escuchando en su teléfono el auxiliar del pasillo? ¿Estarán de turno las TENS de tacones, de pestañas y uñas recién hechas? Las que al primer cuestionamiento hacen callar, no quieren hacer nada, ni siquiera contestar el teléfono mientras suena al lado de ellas porque seguro en Tik Tok hay algo mucho más interesante, las que tuvieron que pasar por un curso de un día o talvez fueron sólo tres horas de capacitación para tratar con usuarias de salud mental pero levantan la voz cada vez que se les acaba la paciencia (siempre).

Las mismas que si tienen que humillar a una paciente por su nula capacidad de tolerancia, lo hacen sin pudor alguno, mientras con complicidad ríen entre ellas, las que también son capaces de inventar una regla para no mover el culo de sus sillas.

Aún escucho los quejidos de algunas residentes de la tercera edad mientras las bañan, los gritos de mi compañera por un dolor a la vesícula que no la deja en paz, es tanto lo que gime de dolor que la llevan hasta la sala de contención, que lo que menos tiene es contención. 

Siguen los gritos de dolor, esta vez no hubo paciencia y le pusieron “la faja”, atada a la cama, llorando, pidiendo ayuda, se escucha: «me oriné», entre el llantos, el dolor y la faja que se caracteriza por quedar extremadamente apretada no tienen más opción que venir a verla.

La angustia nos inunda algunas, otras piden su S.O.S porque el ambiente se respira álgido, están las que sólo roncan y nunca se enteraron de nada.

Hace unos días una compañera intentó suicidarse en el baño, a pesar de todas las medidas de seguridad que hay, todas sabemos que cuando predominan las ganas de morir siempre existe alguna forma. Todo se revoluciona, llega un médico, de esos que no vemos nunca,  a lo más pasar a su oficina y que siempre escasean de tiempo.

Otra compañera entra en crisis al ver esta situación que aflige a cualquiera.

Por la noche la Fran, mi compañera de pieza comenta que la Dra. de turno le susurra a la enfermera en un tono tedioso “si no es una, es la otra”, refiriéndose esta vez a una de las chicas que se desmayó tres veces en el día y la otra, que en su segundo día no logra adaptarse y no para de llorar en una evidente crisis.

Cada una de ustedes

La Angie viendo sus teleseries, cualquiera pero las del Mega -la antena funciona cómo puede-, la pantalla está lejos y realmente es poco y nada lo que se escucha, pero es lo que hay. ¡Que emoción ver a la Angie salir al fin de su cama compartiendo en el living!. Creo que todas nos alegramos genuinamente con un avance en la otra.

La Cloe que va y viene, se sienta, se para,  vuelve a sentarse sin perder el hilo de la novela, el dolor a la vesícula no la deja en paz.

La Dayann, dando vueltas por todos lados, siempre le tirita una pierna y está diciendo algo que ninguna logra entender la primera vez, (seguro preguntando qué hora es cuando tiene el reloj frente, o cuánto falta para el desayuno cuando en realidad ya viene la última comida). 

La queremos así, aunque a veces se ponga brava, como dice ella.

La Cindy ya hizo un palacio de macramé en base a diarios, dos canastas, tres carteras, cinco prendas de vestir.

La Kim duerme, tampoco hay mucho más que hacer acá adentro mas que intentar ver la tele, encontrar a alguien con quien compartir un juego de mesa, pintar con crayones mandalas o frases motivacionales que sobran por todos lados impresas. Puede también que esté haciendo algún chiste sobre su intento de suicidio, evidentemente fallido.

La Carla pintando dibujos de Mickey y de Aladín dándole otro aire a este lugar con La Corazón a todo chancho, siempre sale algún temazo por ahí, donde todas prendemos, a veces incluso el personal. Hay días buenos, o quizá no tan malos.

La Mar dibujando algo, nadie sabe qué pero seguro es hermoso y digno de enmarcar. No exagero, no había conocido a alguien tan inteligente y con tantos talentos al mismo tiempo.

La Titi… la Titi podría estar haciendo tantas cosas a la vez que sería imposible imaginar qué: Sacándole los zapatos a la Teresita, porque es la única que notó que se quiere mover del sillón y reposar en su cama, podría estar bailando con la señora María, escuchando música agachada con su oreja pegada al parlante de la radio, esa radio que nunca sintoniza tan bien y que se echa a perder al menos una vez por semana, haciendo su twerk o elongaciones de contorsionista profesional, leyendo algún pasaje de la Biblia, hablando con Pancho el trabajador social, o caminando de un lado a otro, con su estuche en la mano y un cigarro apagado, a en su oreja.

La Bárbara llegó con unas lindas trenzas en su pelo y la clásica camisa de urgencias, es el uniforme de las recién llegadas. Viene medianamente dopada, pero eso no impidió que en su primer día se sumara a la clase de ejercicios guiada por la Mar, enclonada entera pero haciendo flexiones, sentadillas, estiramientos y dándolo todo, con algunos mareos y tropiezos de por medio pero nada que no nos permita seguir. Mientras la Fran, al lado nuestro, está en su propio gimnasio imaginario, y a paso adelantado, cuenta en voz alta cuánto lleva de cada sesión, descoordinada con nosotras, que entre clonas, intramusculares de Lora, Quetiapina, Olanzapinas, lo hace todo infinitamente más gracioso y confuso. 

La Barbie, apañó y dio cara cuando hubo que hablar sobre los malos tratos, al igual que muchas. Ya se consiguió los números e instagram de todas, cosa que siempre dijimos “sí, démonos los números”, y nunca nadie lo hizo, hasta que llegó ella.

La Mariana se pasea siempre con un regio pijama, viendo un poco de tele, pidiendo por favor que bajen la radio, detrás del Dr. Letelier, que ahora entiendo por qué lo odiaba tanto.

La Ana, la Ana  si no está acostada, guarda silencio, mientras ansiosa mira el reloj para bajar al patio a echar humos, sentarse con nosotras o a veces sola, abre la boca para acotar el comentario más criterioso y certero probablemente del día. No hay duda, es inteligente pero no le interesa demostrarlo en la cara a nadie. 

La Rose, te quiero mucho pero de seguro estaría peleando con alguien, con alguno de los médicos (que en ese caso siempre me parece justificado), o incluso con ella misma. Dando sus abrazos, preguntando con una tierna voz “¿cómo estay?” 

La Ivania, siempre estupenda, en el sillón o en su cama, últimamente esta pieza se convirtió en su consulta particular de masajista clandestina, porque en este lugar todo está prohibido, más aún los masajes que son una evidente amenaza de salud de las usuarias. Algo pasa en esta habitación, particularmente en la cama de la Ivania, que cada una empieza a acomodar una silla alrededor de su cama, porque parece que definitivamente es la central oficial para ir a chusmear.

Hoy

Vuelvo a la casa de mis padres luego de unos diez años aproximadamente, o tal vez más. Vuelvo a ser hija pero parece que es lo que necesitaba, todo anda relativamente bien.

Es quizá esa falta de casa, de hogar, de familia funcional lo que hizo que me encariñara tanto con cada una de ustedes, las extraño, las extraño todos los días, para mí, fue lo más parecido a que vivir en un departamento con amigas. Sin fiestas ni trasnoches pero con controles rutinarios, el almuerzo a las 12, el té de las 3 y la última comida de las 6, a las 8 volver a formarse y, la última fila para empeparse (tomar los remedios), algunas caen antes que otras, a las 20:30 ya todas las luces apagadas, intentando conversar, hablando hebreo o quizá latín, con la lengua ya sin fuerzas sin que escuchen las TENS, también hay ataques de risas a veces de tanto hablar en inglés.

Acostumbradas a la restricción constante, cada pregunta que empezara con un: “¿podemos”? -La respuesta siempre era un “no”.- Pero es ese vínculo inexplicable que se genera entre personas al conocerse desde nuestro estado más vulnerable, lo que me hace recordar con amor esos días que indudablemente fueron difíciles. Lejos de nuestras familias, afectos, rutinas, lugares. No hice hincapié y ni siquiera mencioné los horarios de visitas, porque en la mayoría de las ocasiones no venía nadie a verme y ustedes eran mi única compañía.

A pesar de vivir de lo complejo del proceso, no faltaban las peleas, que poco hacían también los/las enfermeros y/o TENS por intervenir. Acá adentro chocar con las paredes, muros o tropezar con hormigas (imaginarias), o hasta caerse a cualquier hora del día no es motivo de vergüenza, sino que de risas por montón, y es que aquí estamos todas en la misma.

Sentir los llantos a veces disimulados, otras veces desgarradores, sin aire, las crisis constantes, parece que cada una tenía su día designado, o más de uno, vivir entre la hostilidad del dolor y el compañerismo, hace de esta una experiencia digna de contar. Todas acá llegamos después de tocar fondo, algunas por voluntad propia, otras no. 

Al menos dos días en las sillas de espera del hospital, más unos tres días mínimo en urgencias, donde te dopan todo el día, y despiertan sólo para comer (para algunas ni siquiera eso), escuchando agonizar a compañeros de cuarto, viendo pasar y pasar camillas tapadas completas con una manta.

Mención honrosa a mi Carla, que llegó a ser mi pana más pana, la más brígida, la más chora, justiciera, leal y de principios claro. A la Fran, por recibirme con la mejor disposición, ofreciéndome y/o ayudando a conseguir todo lo que me faltó por los primeros días, que siempre tuvo un pucho para darme. Se me partió un poco el corazoncito cuando supe de su alta. ¡Vaya que se notó su ausencia!, pero con la Carla tuvimos que seguir. Amo a estas dos reinas.

Creo que sí, es más fácil partir que ver partir.

Siempre van a estar en mi corazón, ojalá la vida nos vuelva a encontrar y, ojalá que no sea nunca pero nunca en el mismo lugar.

28/11/2023

Con cariño:               

                                                                                          Paula Kiessling Fierro

Paula Kiessling

Periodista en Revista Diversas. Nacida en la ciudad de Concepción.
Se ha desempeñado como reportera en el área de política de Radio Portales y en difusión cultural para la Revista digital El corral Media.
Ha participado de diferentes talleres de escritura en Balmaceda Arte Joven.
También, trabajó en el medio web de contingencia www.copano.news

pkiessling@diversas.cl
paulakiessling.f@gmail.com

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