Disclaimer: este relato fue escrito por una joven diagnosticada con Trastorno de Ansiedad Generalizada hace 6 años. NO soy profesional de la salud mental ni tampoco represento a todas las personas que padecen un trastorno de ansiedad.
Tengo 20 años, y a los 14 recibí mi primer diagnóstico psiquiátrico.
Todo empezó básicamente desde que nací, siempre fui una niña muy sola ya que mi mamá (soltera) me crio con la ayuda de mi abuela y mi madrina. Todas trabajaban mucho y la mayoría de mis recuerdos de niñez son esperando que llegara mi mamá del trabajo.
Nunca me faltó nada, pero las circunstancias hicieron que la mayor parte del tiempo me la pasara pensando, ¿en qué? En todo, en la vida, en el futuro, en la muerte. Desde muy pequeña siempre me imaginaba cómo sería de adulta, qué haría, qué muebles compraría, cómo me ganaría la vida, etc.
No suena nada fuera de lo normal hasta ahí, muchos niños se imaginan esas cosas, pero poco a poco fui dándome cuenta de que yo pensaba todo mucho más que los demás. Le daba más vueltas a las cosas, era mucho más específica con mis imaginerías y, además, era muy exigente conmigo misma.
Durante la etapa escolar siempre tuve las mejores notas, no podía tolerar la idea de fallar, no solía esforzarme mucho, pero la idea de rendir siempre estaba en mi cabeza. Siempre fui algo más adelantada que los demás, mi mamá no sabía con quien me juntaba porque trabajaba mucho, yo iba de casa en casa, empecé a tomar a los 13 y a fumar a los 14.
De alguna forma siempre supe que había algo mal en mí, pero nunca le di importancia, según yo solo era mi personalidad. Hasta que un verano, después del colegio y estando sola en casa en ese lapso donde mi mamá aún no salía del trabajo, me acosté en la cama a pensar. No era nada distinto, siempre hacía lo mismo, sin embargo, esa tarde, un pensamiento intrusivo sobre la muerte vino a mí, de la nada, sin previo aviso, y esta vez reaccioné diferente.
Recuerdo estar mirando el techo y de pronto sentir un vacío en el estómago, un calor que subió rápidamente a mi pecho y a mi garganta, y luego: escalofríos. Me desconcerté por la súbita reacción de mi cuerpo y me asusté. Estaba tiritando en mi cama y no sabía por qué, me dieron náuseas, sudor frío y se me nubló la vista. Llamé como pude a mi mamá que ya debería estar saliendo de la pega y se vino volando a la casa para llevarme a urgencias, no teníamos idea de qué se trataba.
En urgencias me pincharon el poto con un sedante, y todo lo demás lo recuerdo muy borroso, estaba cansada y anestesiada.
En esa atención del SAPU le dijeron a mi mamá que se trataba de una crisis de pánico y que me derivarían a una atención psicológica, esto a finales de 2014. Ahí empezó mi largo camino por la atención de Salud Mental Pública en este país, donde te pelotean de un psicólogo a otro, y cuando llevas 6 meses de terapia tu psicologx renuncia o lo cambian de programa y tienes que empezar de cero con otre.
No me alcanzan los caracteres para contar el tremendo camino que tuve que vivir en terapias para entender qué me pasaba, me diagnosticaron depresión, distimia, ansiedad e incluso algunas veces sugirieron trastorno obsesivo compulsivo, cosa que solo demuestra el pésimo manejo que tenemos de los trastornos mentales en Chile.
Lo que sí creo importante destacar es el manejo psiquiátrico, a mí no pudieron darme una solución con terapia, por lo intermitente que esta es en ese contexto, por lo que comencé a tomar antidepresivos a los 15 años con la receta de mi primer psiquiatra y hasta el día de hoy no me los han podido quitar.
De todas formas, no le puedo echar la culpa al sistema de lo que tengo, habiendo ido a terapia o no, la ansiedad la tendría igual, pero sin nombre y sin manejo con inhibidores de la recaptación de serotonina ni tranquilizantes.
No es fácil vivir pensando en lo que VA A PASAR 24 horas al día 7 días a la semana, no es fácil dejar de preocuparse por todo y definitivamente no es fácil lidiar con miedos irracionales cuando eres una persona sumamente lógica. Todos nos estresamos, nos ponemos ansiosos o tenemos miedos y preocupaciones sobre muchas cosas, pero cuando eso interfiere en la realización de tu vida cotidiana, puede tratarse de algo más grave por lo que puedes y debes pedir ayuda.
Escribo esto con el ánimo de acompañar a todes los que sienten que su mente no les deja vivir tranquilos, quiero que sepan que pueden pedir ayuda y que no tienen por qué lidiar con eso solos, no somos menos fuertes por pedir ayuda. Asumir que tenemos un problema es ser suficientemente fuerte como para superarlo.
Y a veces solo se trata de aprender a vivir con eso, de confiar en nuestras capacidades y habilidades socioemocionales y aprender a conocernos tan bien que nosotros mismos podamos calmarnos y contenernos en los momentos de mayor necesidad, sin olvidar que quienes nos quieren siempre estarán ahí para nosotres.
No estás sol@, siempre te tienes a ti.