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La continuidad de las partes.

No creo que nuestras identidades sea algo que se define fácilmente por nuestras características, anhelos y conexiones sociales (para nombrar algunas). Tiene tanta compejidad como nuestros outfits en pleno siglo XXI, sabemos que nunca puede faltar el negro, pero no es tan evidente a veces y podemos estar horas y horas buscando esa tenida que nos encante. 

Comenzar un relato sobre mí, es difícil, mucho más aún con un tema ultra complicado como lo es la identidad, pero trataré que no sea tan fastidioso como esas charlas motivacionales que aparecen en las recomendaciones de Facebook (sí, todavía existe Facebook). Vivír con un apellido índigena, Mapuche, es definitivamente uno de los aspectos más desconcertantes que he tenido que enfrentar pero no de una mala forma. Es una dicotomía eterna entre lo que yo llamo empoderamiento cultural (mi herencia) y mi propio desarrollo personal, sobre todo como mujer. Un relato cortazariano, abrupto la primera vez, pero comprensible y ordinario cuando lo entiendes. 

Mi apellido tiene hartas variantes pero ha sido varias veces cortado y españolizado. Por investigaciones he llegado a la conclusión de que tiene relación al wenu, el cielo, que es uno de los elementos más importantes que integran el mundo Mapuche y es donde van las almas cuando terminan sus vidas en el Wallmapu, mientras que Pillán alude a los espíritus de los antepasados. Sin embargo, claramente no es certera esta aproximación. 

Nunca sentí que fuera diferente en nada y lo puedo decir con todas las letras. Crecer en un condominio, donde la única diferencia que había entre cada casa era la elección de uno de los tres colores de la gama de la inmobiliaria, te permite una relativa igualdad mientras vas creciendo. Lo que insospechadamente llevó a que mi infancia se resumiera en ser la réplica en serie de todas las chicas de 5 años. No es que fuera una tragedia -porque dista bastante de ser el caos probable que le depara a una niña con un apellido distinto a lo normado- sino el comienzo de algo distinto. Más no pasó de ahí, no existió matonaje de parte de nadie y junto a mis hermanos crecimos con la idea de que ni ellos ni nosotros eramos distintos. Porque no somos distintos, pero dió la chance a que crecieramos con la libertad de descubrir quiénes éramos.  

“el conocimiento que no provoca cambios es inúti; el que sí provoca cambios es útil si bien estos cambios hacen que ese mismo conocimiento acabe siendo irrelevante” 

Es cuento aparte, de que esa misma libertad, fuera finalmente lo que nos empujara a tratar de ser la mejor versión de lo que nos gustara, siendo mera coincidencia la mateización de mi familia y logrando que por primera vez, que una mujer entrara a la universidad. Más mi sentido de pertenencia seguía ahí, aislado. Yuval Harari dice que “el conocimiento que no provoca cambios es inúti; el que sí provoca cambios es útil si bien estos cambios hacen que ese mismo conocimiento acabe siendo irrelevante”, y creo que es así, parte de lo que he logrado conocer de mis antepasados a conseguido que yo misma pueda re-descubrirme y empezar a escribir una nueva historia. 

Cambios 

 El primer año de universidad no era exactamente como me lo esperaba. Tenía las intenciones de conocer personas con mi mismo historial de vivencias, pero lo único veía era la misma tontera de niñas y zorrones que tanto por la tele como en las revistas se mostraban, lo que me hizo caer fuertísimo a mi realidad.

Entre esa depresión de no entender que cresta hacía, también entendí que todo pasa por algo. La u te da ese espacio medio hippie para poder experimentar y discernir con mayor adultez que quieres, pero el cambio es fuerte y nadie puede decir que no; en mi caso, salir de un espacio ultra conocido como lo era mi mundo que habité por años donde fuí aceptada y reconocida, a otro que era totalmente personificada como uno de los lugares más elitistas de Chile, es fuertísimo. Pero lentamente, conocí personas maravillosas y tan diferentes, que muchas veces caías en esa duda de sí verdaderamente te aceptarán. Y sí, obvio que sí y junto a ellas me aventuré a conocer más sobre quién era. 

Tomé una clase de cultura Mapuche, empecé a leer más y a conocer el mundo indígena pero siempre con la idea de que nunca podría verdaderamente ser parte. Es una sensación de ser como el narrador testigo de tu propia historia. Reconoces que es alguien quien vive lo que le está pasando pero no puedes profundizar más allá porque no tienes más información. Yo no conozco a la familia de mi abuelo ni a él -su participación en la dictadura forjó un período silencioso el cual al terminarse, escaparía definitivamente hacia su ausencia total- lo que también ha significado que parte de esa herencia identitaria también se perdiera, pero no completamente y es algo que comprendí en el caos de los últimos meses. 

Ser feminista te abre puertas y te las cierra, pero siempre estará ahí para quién se identifique. Encontrarme con miles de mujeres gritando por igualdad e integración social, te cambia la vida y permite empezar una reflexión profunda hacia tu manera de ver y vivir la vida. Te permite ser una página en blanco, una aliada de vivencias, una amiga incondicional y por sobre todo, promete ser la herencia para quienes ya no pueden ser quienes son. O eso es lo que por lo menos estoy aprendiendo de todo esto, porque el camino para conocerte es infinito. 

No creo que tus vivencias te hagan mejor o peor persona, sin duda aplaudo a quienes pueden volver a sus raíces pero tanto como yo, como muchos, no tenemos o simplemente no podemos ahondar en esa historia. Así como logramos declararnos feministas, izquierdistas -y todos los istas posibles- de manera en que lo abrazamos y comprendemos que es parte de nosotros, también existen personas que no se identifican con nada, y es igual de respetable. Así como, algunos saben que el negro les quedaría hermoso y lo integran día a día a sus tenidas, hay otros que no logran nunca ponerse de acuerdo y se dan por vencidos. Pero también hay quienes después de varios intentos, reconocen que es lo que de verdad les hace sentir guapos y crean un nuevo estilo, Esa es la identidad, no hay una metodología infalible para conocer quien de verdad eres.

Vanessa Huenupi

Colaboradora de Revista Diversas, nacida en Santiago en 1999. Estudiante de Ciencia Política UC, Minor en Estudios Urbanos Regionales y Psicología. En 2021, ha realizado una pasantía en la Municipalidad de Macul y en el Servicio Nacional de Migraciones. Algunos de sus trabajos investigativos se concentran en estudios interculturales como “Nozick y la disputa mapuche” para la Revista Disputas (UNC) e “Igualdad de género en el feminismo islámico y occidental: Hiyab como elemento de empoderamiento” para Revista Némesis (UCH).

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