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Historias de cuarentena: «La última batalla»

Era la última guerra, la que definiría el futuro de la humanidad. El campo de batalla era una selva inhóspita llena de peligros. El comandante Archivaldo miraba fijamente por sus binoculares mientras el soldado Sánchez esperaba sus indicaciones.
—No se ve ningún movimiento —dijo el comandante.
—Tal vez se rindieron señor —respondió el soldado Sánchez.
—No lo creo, no descansarán hasta haber acabado con toda la humanidad. Que avance la primera fila de tanques con cautela y se preparen para atacar.
—Sí señor.
Sánchez dio la orden por radio. Cuatro de los tanques que formaban parte de la fuerza armada avanzaron sigilosamente en dirección al enemigo. Llevaban días sitiados esperando ataques, pero solo había falsas alarmas y miedo entre los demás soldados. El comandante era un veterano auténtico, había sobrevivido a demasiadas guerras y sabía desenvolverse muy bien en el campo. Su mano derecha, el soldado Sánchez, era casi nuevo en el arte de la guerra, pero estaba tranquilo al tener a alguien tan fuerte y audaz a su lado, había creado un vínculo muy fuerte con él, después de que el soldado perdiera a su madre no mucho tiempo atrás. Archivaldo observó algo moverse entre los árboles.
—Dígales que se detengan.
Sánchez dio la orden. Las máquinas dejaron de avanzar.
—Sé que están ahí, puedo olerlos a distancia —dijo el comandante —Por más de un año hemos estado en esta batalla y hemos perdido cientos de hombres. Pero no desistiremos, nosotros ganaremos igual que lo hemos hecho antes. Ojalá esos días vuelvan, extraño ver a la gente sin miedo.
—¿Ya se sabe de dónde vienen estos seres? —preguntó Sánchez.
—Aún no. Solo se sabe que se nos ha salido de las manos, y están por todos lados, por todo el mundo, si nos dejamos vencer, será la última batalla de nuestras vidas.
A lo lejos, apareció una sombra. El comandante puso nuevamente sus binoculares frente a sus ojos.
—¡Ahí está el mayor de ellos!
—¿Qué disparen los tanques?
—No, primero que vengan los aviones. Dígales a los halcones que avancen y esperen mi orden.
El soldado siguió la instrucción. El cielo pareció partirse en cuanto los aviones de guerra se aproximaron por los aires.
—Bien, quiero que a la de 3, de la orden de lanzar esas bombas que salen en las películas.
—Sí señor.
Pero al recibir la orden los pilotos y soltar las bombas, un tiranosaurio de dos cabezas apartó los proyectiles con su cola y lanzó un rugido feroz.
—¡Oh caracoles! ¡Que avancen los tanques! Así pium pium —ordenó el Comandante.
Cuando los tanques avanzaron, aparecieron los velociraptores y los triceratops para comerse a los soldados y por si fuera poco, una nave intergaláctica flotó sobre la batalla y les arrojó slime con diamantina.
—Oh no. Es la cosa viscosa que hace que los dinosaurios muten —decía Fernando sosteniendo el muñeco de un soldado al que había bautizado como comandante Archivaldo. Su papá, del otro lado de la habitación, sostenía al tiranosaurio de plástico al que le habían pegado con cinta la cabeza despegada de otro dinosaurio.
—Así es, comandante Archivaldo, los dinosaurios, mutantes del espacio exterior dominaremos el mundo —decía el señor Sánchez.
—Nooooo —repetía Fernando.
—Oye hijo. ¿Sabes qué se me ocurrió?
—¿Qué papá?
—La abuela tenía un tren eléctrico. No tiene vías, pero la locomotora aún funciona, debe estar en el ropero.
—¡Sí! Y que entraba un tren al campo de batalla y traía un ejército de robots.
—¡Sí! Y que los robots tengan un antídoto, pero tienen que hacer que los dinosaurios se lo tomen con leche antes de dormir.
—¡Vamos a buscarlo entonces!
—Pero primero, lávate las manos porque vamos a comer.
Fernando se levantó emocionado, corrió hacia el baño e hizo lo que le ordenó su papá. Archivaldo Sánchez tomó un descanso, había estado jugando casi toda la mañana con su hijo. Les había llevado una hora mover los muebles de la sala y armar el campo de batalla con juguetes, cajas de cartón y algunas cosas improvisadas. El hombre sonrió al ver a su hijo feliz después de todo el miedo que le había causado la pandemia. Aunque no podían salir mucho y las clases eran por computadora, la cuarentena los había unido más que antes y juntos saldrían adelante.

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