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Historias de cuarentena: «Día 394»

Han sido las dos semanas más largas de mi vida. Hace 394 días recibí un correo de la universidad donde informaban que no habría clases por las próximas dos semanas. Bacán, pensé, tampoco quería volver a clases. Pandemia, anunciaron en la tele, declararon estado de emergencia y toque de queda. ¿Van a volver a tirar a los milicos a la calle como el año pasado? Ojalá que no. Vente luego y pide que te den una mascarilla, dijo mi mamá al teléfono, estaba donde mi pololo. Había registro de dieciséis casos en el país. Al otro día mi mamá partió al super de la otra comuna, el mayorista que había cerca de la casa lo habían quemado en octubre. Nunca había comprado tanto confort, generalmente había que juntar monedas para ir a comprar un rollo a la esquina y racionarlo para que durara por lo menos hasta el día siguiente. 

Hace 394 días anduve en metro por última vez, sin saberlo, hasta quizás cuándo. Apenas recuerdo lo aceitoso de los fierros y el olor a ajo en las mañanas, quizás para mejor, pero en parte lo extraño. Siempre me gustó andar en metro, sobre todo cuando iba sobre tierra y era de noche, me ponía una canción bien pop, bien de ciudad nocturna y me creía en un video de lo-fi hiphop radio. Hace 394 días anduve en micro por última vez, también la extraño, me gustaba ese espacio entre la puerta del medio y los asientos después de subir los escalones, siempre abría la ventana sin importar la hora, ahí me ponía una canción más motivante, tipo Libre Soy de Frozen, o la que tuviera pegada. 

Hace poco más de 394 días que no veo a ningún amigo más que por videollamada, no es lo mismo. ¿Aló? ¿Se escucha? Parece que se me cayó, ¿o te caíste tú? VTR quedó al descubierto. También hace 394 que no piso la universidad, mi facultad era bonita, pasar el tiempo ahí estudiando y llorando era bonito, los baños de allá tienen una privacidad que no tiene el de mi casa, recuerdo que iba a llorar a un baño en el tercer piso, dentro del cubículo había una ventana, ¡la weá bizarra!, los vecinos del edificio de al lado te podían ver el potito. Pero era un buen lugar para sentarse a llorar por el rojo que me saqué, por el trabajo que no quería hacer o por los weones flojos que me tocaron como compañeros de grupo. 

Estar en la casa tampoco era tan malo, en los primeros dos meses mi gato estaba feliz, no le gusta estar solo, pero al cuarto mes se quería arrancar, incluso al sexto mes dejó de dormir conmigo, la relación está compleja. No andes tan pegada a él, cuando salgas él la va a pasar mal, me decía mi mamá. Los primeros días anduvimos como uña y mugre con el gato, no sabíamos si él tenía más pelos míos o yo más pelos de él. 

Las cuarentenas, los cordones sanitarios y el cierre de fronteras llegaron cuando los hospitales ya estaban colapsando. Tarde, como buen chileno. A mi papá le pararon la pega cuando en la casa ya no nos aguantábamos, por suerte encontró otro trabajo, se salvó, nos salvamos. 

Pero no todo fue malo, seguí en terapia y me teñí el pelo, hice el viaje introspectivo que todos los libros de autoayuda y los hippies promueven, me conocí más y subí de peso, daba igual, no veía a mi pololo hace seis meses y en octubre me dijo que quizás nos viéramos en enero. “Estai’ weón” le dije, todos estaban comenzando a salir, a verse, hasta mi tío vino a ver a mi abue. Descubrí que las clases online daban mejores notas, mucho mejores, también dejaban tiempo libre, me vi todas las películas de Studio Ghibli (casi todas), así como series y animes, volví a leer y cuando aprobaron el retiro del 10% mi papá me dio plata, me compré toda la saga de Harry Potter e incursioné en otros libros, también de fantasía. 

De alguna forma todo se volvió estable, se rumoreaba sobre las vacunas, la rusa, la gringa, la china. Una te hacía mutar, otra te hacía bailar bailes rusos y la otra te metía chips con los que te controlaban con el 5g. Chile fue el país más rápido en vacunar, Chile campeón, pero fue el ejemplo a nivel mundial de que la vacuna no frena los contagios, se relajaron, empezaron a salir, 10000 contagios y más de 100 muertos diarios. 

Pero el día 394 en la tele pusieron la cortina de “último momento”. Piñera estaba nervioso, harto más que cuando lo pillaron comiendo pizza mientras el país se quemaba. Las voces de los periodistas se encimaban una arriba de la otra y los flashes hacían que el viejo no pudiera mirar al frente. Hasta que se hizo silencio, pero la voz de una periodista se hizo por sobre este. ¿Cuáles son las medidas que tomará el país frente a esta nueva variante? Preguntó. ¿La vacuna es efectiva contra esta nueva variante? Preguntó otro. ¿Cerrarán las fronteras estrictamente? ¿Qué pasará con el comercio? ¿El país colapsará como lo están haciendo las grandes potencias? Las preguntas se agolpaban una tras otra y el bullicio volvió. 

Hacemos un llamado a la calma, dijo sudando, tomaremos las medidas necesarias y recomendadas por la Organización de las Naciones Unidas para prevenir esta nueva variante, más contagiosa, más letal y que afecta a todo el mundo, incluso los países más preparados no pudieron prever esta nueva variante, la variante zombi. Definitivamente el virus no mutó en una buena persona.

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