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Historias de Cuarentena: «Dónde están»

El directo estaba anunciado para las ocho de la tarde hora española. En Chile sería a las dos y en México a la una. Jose, mi Community Manager, se había encargado de la imagen que acompañaba al tuit en el que se anunciaba el evento y en unas horas había conseguido más de mil likes. A mí este feedback me reconfortaba. Sobre todo después de la muerte de mi padre.

Mis seguidores no estaban acostumbrados a mi silencio. Llevaba tres años creando contenido para Twitch y había empezado un poco antes en YouTube. 

Desde que el viejo la había palmado no había publicado nada en mi perfil. A una semana sin subir nada se le había sumado otra y otra. Recibía muchos mensajes de apoyo y de ánimo, pero no podía contestar a ninguno porque no hacía nada más que llorar. 

La imagen me gustaba. Arriba a la izquierda aparecía Euyin, mi nombre de streamer. Debajo se me veía a mí en una imagen que iba desde la cintura al rostro. Mis ojos azules miraban directamente a la cámara. Le había enviado a Jose una foto actual. Quería que mis seguidores me vieran tal y como me encontraba en esos momentos. Había intentado sonreír pero no me había salido. No voy a negar que estaba bastante nerviosa por mi regreso. Por una parte quería volver a las redes, pero por otra me sentía muy triste.

Al evento le habíamos puesto título. Se llamaba Ubi Sunt. Estas palabras aparecían en uno de las esquinas de la imagen en azul metálico, sombreado y relieve. Lo de llamarlo así había sido idea mía. En el instituto, la única asignatura que no había suspendido nunca había sido literatura. Mi viejo me leía bastante y también me contaba muchas historias. Yo me daba cuenta de que a veces mezclaba la ficción con la realidad, pero no le decía nada porque me gustaba escucharle.

Como la ocasión era especial, había modificado el set-up. Había dejado el poster de Evangelion y la figura de Shinji. Al lado de este se encontraban un peluche de Kiubey de Madoka Magika, una ilustración enmarcada de Romeo de Sailor Moon y una foto en la que se me veía a mí con un cosplay de Sakura del anime Cardcaptor Sakura. Pero a estos elementos le había añadido unos nuevos. Había imprimido una imagen en alta resolución del plano del cementerio de Nuestro Padre Jesús, así como las indicaciones de Google Maps para llegar. Yo estaba obsesionada con ese cementerio porque antes de contraer el virus mi padre me había dicho que quería ser enterrado ahí, donde estaban sus antepasados. Sin embargo, cuando enfermó nos dijo a mi hermana y a mí que quería ser incinerado. Mi hermana mayor fue la que se encargó del procedimiento.

El día en que llegamos a casa con las cenizas le dije que quería la mitad. Ella se me quedó mirando con cara rara. Aun llevando la mascarilla, yo me daba cuenta de lo que pasaba por su cabeza. Hacía ya diecinueve años que éramos hermanas. Con verle los ojos me era más que suficiente. Aun así no cejé en mi empeño. Le repetí que quería la mitad de las cenizas, concretamente la mitad que se correspondía a los ojos, la nariz, la boca, el pelo, el torso y el muslo derecho -en el que yo me solía apoyar para dormir cuando me echaba la siesta en el sofá-. Ella siguió en silencio, escrutándome con la mirada, pensando que estaba loca. Pero al final dijo que sí, que lo que quisiera, que con tener ella la otra mitad estaría contenta, que le valía con el resto de las piernas, el cuello, las manos y lo que quedará de la cabeza y el cuerpo. Ese mismo día las repartimos. 

Me pasé semanas pensando en qué iba a hacer con ellas hasta que se me ocurrió lo del directo. Reconozco que estaba bloqueada en un sentido emocional y creativo. Me pasaba horas viendo reposiciones de programas de cocina, highlights deportivos, recopilaciones de memes, vídeos de asmr… Fue una tarde cualquiera cuando me saltó un anuncio de una nueva crema. La idea me pareció tan estúpida, tan irreverente, tan improbable. Se la comenté a mi hermana y se echó a reír. Fue la primera vez que la escuché reír en semanas. Y nos reímos como locas. La risa se colaba por todas partes. Tapaba el eco de la pérdida. A la vez que nos reíamos nos poníamos a llorar. Era muy extraño. Estábamos tan contentas y tan tristes. Me dijo que no me creía capaz. Le dije que ya se vería.

Y llegó el día del directo. Y se hicieron las ocho. Y sin ser muy consciente de los procesos y los preparativos resultó que estaba de nuevo en mi cuarto de streaming, frente a la cámara. Y empecé a hablar como si no hubiera estado ausente todo ese tiempo. Y saqué un bote en el que había depositado el mejunje que había hecho a base de sus cenizas y de otros productos: aloe vera, glicerina, rosa mosqueta, agua… Y empecé a extender sus recuerdos sobre mi rostro, desde la frente hasta la barbilla cubriendo cada zona con cuidado y esmero. Y empecé a llorarle. Y todos en el chat decían que estaba tan linda y yo, que no había podido hacerle un funeral me encontraba ahí, delante de miles de personas en ese rito semiprivado que era tan extraño porque los viewers no sabían bien lo que estaba ocurriendo aunque algunos se lo figuraban. Y el chat se empezó a llenar de mensajes diciendo que lo sentían y que me acompañan en el sentimiento y la verdad es que yo me sentía un poco acompañada y también un poco sola, bastante sola para ser sincera. Y me pregunté dónde estaban los abrazos que me había dado y los que ya no me podría volver a dar.

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