En el momento exacto que un corazón deja de latir el tiempo se vuelve más lento para aquellos que lo rodean, se hace un nudo en la garganta y el océano se desborda justo en la orillita de los ojos donde comienzan las mejillas.
El cuerpo se rompe en silencio y los pedazos invisibles ante la vista ajena se quedan quietos para no perder su lugar, mientras el alma busca a la mente para sentirse fuerte.
Pero la mente también es traicionera, tiene memoria selectiva, y en ocasiones, un poco por conveniencia, se le olvida que los corazones nunca mueren realmente, viven en cada uno de aquellos a los que amó y que lo amaron con fuerza, se le olvida que lo físico es solo pasajero y que lo verdaderamente importante es aquello que guardamos sin querer, los recuerdos, las risas, los llantos, las enseñanzas, los momentos compartidos.
A la mente se le olvida que el tiempo no perdona, que tenemos que avanzar con paso firme para continuar nuestro camino, y que la mano que hoy ya no nos sostiene, nos acompaña de maneras diferentes.
Sabrá que estás conmigo cuando mi rumbo se torne oscuro y seas tú quien encienda una vela, cuando me sienta sola y te vuelvas viento para abrazarme, sabrá que estás conmigo cuando sienta frío y seas el sol, o cuando mis lagrimas caigan y siendo agua me ayudes a limpiarlas.
Descansa en paz, descansa tranquilo, yo obligaré a mi mente a recordar que nuestros corazones se unirán a diario y, que, para hacerlo, bastará con un suspiro, que, si el tuyo quiero escuchar latir de nuevo, bastará con cerrar los ojos y escuchar el mío.