Una voz que desafía las formas, una ópera que rompe moldes. Sebastián no solo canta, también dirige, reinterpreta y acompaña voces. Ha trabajado con figuras clave del cine y el teatro chileno, pero lo suyo no es el brillo del ego: es el arte como acto colectivo, como espacio de memoria y transformación.
“Vanguardia” es la palabra que eligió Sebastian Muirhead para describir su nueva Carmen, je t’aime: Pasión y Tragedia, Sebastián toma el clásico de Bizet y lo reimagina desde el presente. Con danza contemporánea, cuerpos disidentes y una puesta en escena minimalista, esta Carmen no busca repetir fórmulas, sino abrir nuevas preguntas. ¿Qué significa amar, perder, resistir… en ser disidente y la escena chilena, en estos tiempos?
Nos sentamos a conversar con él sobre el proceso creativo, el valor de lo colectivo, y cómo convertir una tragedia lírica en un gesto profundamente humano.
Fusionar ópera con danza contemporánea puede parecer un cruce improbable, pero para Sebastián fue una decisión natural que nació desde lo colectivo.
“Mira, en general yo siempre trabajo con un equipo, ¿no? Siempre ha sido así a lo largo de mi trayectoria. No vengo solo”, comenta, subrayando que su mirada artística no se entiende sin la colaboración con otres.
La obra, explica, surge de una necesidad urgente: “la de abrir dos mundos que son sumamente necesarios y contemporáneos en relación al género de la ópera en Chile” dice Sebastian. Con una puesta en escena minimalista pero “bastante ecléctica”, Carmen, je t’aime se construye como una ópera-danza (o danza-ópera) que condensa los grandes momentos musicales del clásico de Bizet en tan solo 50 minutos. Para lograrlo, en palabras de Sebastian, fue clave “una colectividad de compañeres comprometides en llevar a cabo esta gran idea que nos dejó Ariel en el año 2023: poner en escena y dar visibilidad también a aquellas voces que han sido históricamente invisibilizadas en este país”.
Porque, como señala el director, “hoy día en Chile el género de la ópera va adquiriendo otras formas” y, en ese contexto, la realidad es directa: “sabemos que, por ejemplo, al Boris no le van a dar el rol de la Carmen en el Teatro Municipal de Santiago”.
Boris, una promesa en el mundo del teatro…
Sebastián recuerda con emoción el momento en que supieron quién debía ser Carmen. “Siempre pensamos en el rol primario que era la Carmen”, dice, explicando que desde el primer casting con Ariel, ambos sintieron una conexión inmediata con Boris. “No era como cosa de mirarnos y sabíamos lo que estábamos pensando”, cuenta, y esa certeza fue clave. No hubo dudas al momento de decidir, cuenta Sebastian: “Es Boris. O sea, sí o sí es Boris por su soporte, por su disponibilidad, por su forma, por su estructura”.
La elección no fue solo intuición: Sebastián ya tenía excelentes referencias de Boris, y se tomó el tiempo de conocer más sobre su historia. Al integrarse al proyecto, Boris lo hizo con entrega total: “Entró al proyecto súper como, okay, vamos, démosle.” Así comenzó una colaboración que hoy sostiene el corazón de esta nueva Carmen.
Creo que gran parte de la locura, digamos, artística viene desde los grandes dolores.
El proceso de casting fue, para Sebastián, mucho más que una selección de intérpretes; fue un momento de intuición colectiva y sensibilidad compartida. “Ese desafío lo vio siempre el Ariel” recuerda, “Fue visionario con respecto a mirar a los otros de otras perspectivas también, como inteligente, muy como capcioso, observó al Boris de una manera muy perceptiva”.
Obstáculos, riesgos, miedo… El mundo del teatro y las artes está lleno de desafíos, pero Sebastián Muirhead se lanzó con convicción. Desde el comienzo, confió plenamente en su equipo y en el proceso. “Yo creo que nunca tuve obstáculo en lo absoluto. Al contrario, siempre confié en el equipo de trabajo. Los míos siempre están cuando uno reabre una historia, ¿no?” comenta.
Y esta historia, dice, también reabre la muerte: “¿Cuál es el significado y el sentido en el que se acerque a lo que uno hace?”. Hablar de la muerte —y desde ella— se vuelve un acto urgente y profundamente político. “Creo que es justo y necesario, sobre todo en los tiempos en los que estamos viviendo hoy día en Chile”, afirma, remarcando que la visibilización de género sigue siendo una lucha constante. “Lo hablo porque vengo desde ahí, vengo desde esa perspectiva, soy artista, vengo desde la minoría.” Sebastián no lo plantea como una bandera, sino como una forma de hacer justicia:
“Gran parte de las disidencias en Chile están realizando un trabajo importante para que, de alguna manera, podamos nosotros y el público poder entrelazar y mostrar distintos colores en la vida”.
Frente a una sociedad que insiste en dicotomías, él propone una mirada más amplia: “Yo nunca hablo del blanco y negro, sino que entre medio hay una paleta de colores.” Y en esa paleta, el arte se vuelve herramienta de humanidad y sentido.
“Lo que yo muestro y lo que yo quiero, y mi legado que quiero dejar, es que también nosotros somos personas importantes, que podamos entregar un trabajo de calidad”. dice.
Para Sebastián, la obra ha sido más que un montaje: ha sido sanación. Por ello comenta que “Carmen de alguna manera me trajo alegrías, me trajo mucho amor, me trajo mucha comprensión y me trajo mucho en el quehacer del duelo». En esa mezcla de amor vivido y dolor procesado, “cobra un significado muy importante.”
Lo que Sebastián espera de Carmen, je t’aime va más allá del aplauso: busca un impacto real, tanto en el público como en la escena teatral chilena. Para él, el trabajo parte desde un lugar de entrega profunda: “Hay una emoción evocada en escena, que nosotros, los, las y les artistas, estamos a disposición de la partitura, estamos a la disposición de la música.” cuenta.
Esa disposición es también un gesto de humildad, donde la ópera deja de ser una vitrina de lujo y se transforma en una experiencia directa, íntima y accesible. “Generalmente las óperas a las que estamos acostumbrados en Chile son majestuosas, con grandes escenografías y grandes distractores. Yo llevo esto a que la única distracción sea el artista«. afirma.
La propuesta es clara: quitar los elementos innecesarios y centrar todo en la presencia del intérprete. “Mientras menos distractores, mejor. También pienso en los divergentes con respecto a tener menos elementos. Pero siempre he dicho que menos es más». En ese sentido, uno de los objetivos fundamentales es acercar esta ópera a públicos que usualmente están lejos de ella.
“¿Qué pasa con el público joven? El público que no entiende la ópera o no consume este tipo de espectáculos… Hoy día, claro, hay menos jóvenes en el teatro. ¿Por qué?” .
Sebastián no busca dirigir al espectador, sino ofrecerle un espacio de contemplación, de pausa, de maravillarse “Yo no le puedo pedir al espectador que de alguna manera piense lo que yo quiero que ellos piensen, sino que se dejen pensar«. Su propuesta es clara: detenerse, mirar, escuchar, y desde ahí, dejar que el arte haga lo suyo. “Creo que eso es lo que yo le pido al público: que se detenga, observe y que haga sus propias conclusiones de lo que van a ver”.
Con la convicción de que el espectáculo será una experiencia transformadora, lanza una promesa con toda la emoción que lo atraviesa: “No me cabe la menor duda de que lo que van a ver va a ser algo brutalmente hermoso.” Y entre la danza, la música y la ópera, solo pide una cosa más: “Que se dejen maravillar, sí. Y que se detengan, porque hoy día el mundo está súper acelerado. Sobre todo Santiago”.
Una invitación sincera a pausar, sentir y dejarse tocar por el arte.