Chile, 1965. En un país que comenzaba a experimentar una transformación urbana sin precedentes, un joven presidente Eduardo Frei liderando el país, las radios vibraban con The Beatles mientras que en otras frecuencias sonaba Cecilia, “la incomparable”. En este contexto cultural, los jóvenes de la época no dejaban de hablar de un fenómeno reciente: Revista Ritmo.
Ritmo se convirtió en un espacio para la juventud que había sido invisibilizada hasta ese momento. En sus páginas no solo podías encontrar fotos de ídolos como Elvis Presley o Raphael, sino que también encontrabas un espacio para soñar, desafiar y sentir el mundo, un mundo que por fin tiene un espacio para los jóvenes. ¿Qué sentirías al abrir esas páginas por primera vez, sabiendo que era el comienzo de la máxima representación de tu generación?

Lanzada el 9 de septiembre de 1965 por la editorial Ritmo de la Juventud, fue dirigida por la compositora y locutora chilena María Pilar Larraín, con Alberto Vivanco como subdirector. Este último tuvo la visión de orientar la revista hacia el público joven, convirtiéndola en un ícono cultural de los años 60’s y 70’s. Desde hombres con el pelo largo y mujeres en minifalda hasta el auge de la Nueva Ola, en sus páginas desfilan artistas locales y leyendas internacionales como Elvis Presley, Frank Sinatra, Tom Jones, Joan Manuel Serrat y Sandro, quienes hacían delirar a sus lectoras más apasionadas.
Cada edición se caracterizaba por sus colores, formas, tipografías y fotografías llamativas. Contaba con diversas secciones, como el saludo de la directora en cada primera página, secciones donde enseñaban a tocar guitarra con una canción diferente en cada edición, una sección de cine y teatro que incluía noticias del espectáculo, tanto nacional como internacional, entrevistas y “Amigos de…” sección donde las personas buscaban amigos con los mismos gustos musicales y dejaban su código postal para enviarse cartas.


Ritmo se convirtió en el corazón palpitante de una generación. Sus páginas iban más allá de ídolos y noticias; ofrecían un refugio para los jóvenes que querían sentir que pertenecían a algo más grande, y se convirtió en el epicentro de las conversaciones cotidianas en colegios, plazas y micros.
Al investigar sobre Revista Ritmo no pude dejar de preguntarme: ¿y nosotr@s? ¿Qué quedará de nuestra generación cuando miremos hacia atrás? Quizás, cuando seamos ancianos, la Revista Tú ocupe un lugar similar al que hoy le damos a Ritmo: un retrato nostálgico de nuestras infancias y adolescencias, lleno de posters, tests y sueños de amores imposibles. Sin embargo, en un mundo donde todo se ha vuelto digital, la huella que dejamos parece más efímera. Instagram, TikTok y las plataformas digitales construyen una memoria colectiva en constante cambio, sin las páginas físicas que la sostengan. ¿Qué sucederá con estas narrativas cuando los servidores se apaguen?


Hoy, mientras miramos el flujo digital que define nuestras vidas, es inevitable pensar en Ritmo como un reflejo tangible de una juventud que, al igual que la nuestra, se sintió representada y desbordada por un mundo que cambiaba. Tal vez, cuando miremos atrás, nuestra nostalgia no se construya con revistas físicas, sino con pantallas llenas de momentos felices.
La esencia de lo que Ritmo representaba —un espacio para la conexión, la rebeldía y la construcción de identidad— seguirá presente, aunque transformada, en las nuevas formas de memoria digital. Quizás, en el fondo, el sentimiento de ser jóvenes, de ser parte de algo, trascienda cualquier formato y se quede con nosotr@s como una verdad universal: la necesidad de ser vistos, de ser escuchados, y de dejar nuestra marca en el tiempo.
