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Amor, dolor y redención: “24 horas en la vida de una mujer”

Stefan Zweig (1881-1942) escribió cuatro obras de teatro, dos colecciones de poemas, 44 relatos de narrativa, distribuidos entre colecciones de cuentos y novelas, 19 biografías, cuatro ensayos, su autobiografía y varias traducciones, así como otros tantos artículos de prensa. Definitivamente este escritor austríaco, judío, Doctor en Filosofía, nacionalizado británico, con libros prohibidos y quemados en Alemania e Italia, buen amigo de Freud, escritor más traducido en el mundo en las décadas del ‘20/’30, muy depresivo, cosmopolita, gran viajero, con tirajes de sus libros de millones de ejemplares, criticado por no condenar públicamente a Hitler, ni defender al pueblo judío, y que por último se suicida estando refugiado del nazismo en Brasil, no es solamente prolífico, sino que también, muy versátil y multifacético. Así, no debiera sorprender que se hayan realizado más de 40 adaptaciones para el cine de muchos de sus libros, entre las que hay 13 realizadas en este siglo.

Se ha escrito y estudiado en extenso su obra, siendo una de las cosas más destacadas por los expertos y críticos, la capacidad de Zweig de retratar con inteligencia y sensibilidad, el alma humana en toda su complejidad. Uno de los relatos (clasificado como “nouvelle”) que destaca en su producción, es 24 HORAS EN LA VIDA DE UNA MUJER. Esta historia deja en evidencia por qué se dice que Zweig se adentra, con una delicada belleza y exquisita precisión, en el alma femenina. 

Este libro, que no está claro si fue publicado en 1925 o en 1927, cuenta con alrededor de 40 páginas en las que el escritor le propone al lector adentrarse en el sentir, las vivencias, la respiración, el llanto, la alegría, la ilusión y también desilusión, de una enigmática Señora C.  Esta elegante y contenida viuda inglesa comparte, o más bien confiesa, una aventura sexual de 24 horas que protagonizó hace 10 años con un jugador perdido, cuya sangre está envenenada (como dice esta dama) por las fichas y la ruleta.

La narración avanza con fluidez, con emoción, con rabia, con inquietud, con pasión, con la sangre caliente y al final, con la sangre entumida. La señora C. decide contar (por primera vez) esta experiencia a un casi desconocido que se está quedando en el mismo hotel. Se atreve porque una de las otras mujeres alojadas en el mismo lugar, ha huido con un militar francés, dejando atrás a su marido y sus hijos. 

El confidente, frente a las críticas de los demás huéspedes, defiende a la audaz fugitiva: 

Personalmente yo encuentro más digno que una mujer ceda al instinto, en forma libre y apasionadamente, a que, como por lo general ocurre, engañe al esposo en sus propios brazos y a ojos cerrados.” 

Vaya declaración, hablar de mujeres infieles con tal aplomo, en esa época, requiere no sólo pluma, si no que también de haber experimentado/conocido a féminas con esas historias a su haber.

La señora C., con visible dificultad, le narra a este hombre haber conocido a un jugador, quien luego de perderlo todo, le da la sensación que se va a matar, entonces decide que ella debe salvarlo. Sigue su relato con una serie de idas y venidas entre la dama y el apostador, hasta que terminan en un hotel y pasan la noche juntos. La descripción que Zweig pone en la boca de esta dama de aquel encuentro, es de no creerlo:

Apartada, hacía 20 años, de las demoníacas fuerzas de la existencia, nunca habría comprendido en qué forma magnífica y fantástica la naturaleza junta algunas veces en fugaces instantes el calor y el frío, la muerte y la vida, la alegría y el dolor. Aquella noche estuvo tan llena de luchas y de palabras, de pasión y de cólera, de odio y de lágrimas, de promesas y de embriaguez, que me parece que duró mil años. 

Hundidos en el abismo, dando tumbos, él deseando locamente la muerte, yo absolutamente ajena a lo que había de acontecer, salimos los dos de aquel tumulto mortal transformados, con otros sentidos y muy distintos sentimientos.

De ahí en adelante, luego de varias peripecias, él le promete abandonar Montecarlo y no volver a jugar. Cuando se despiden, para encontrarse luego en la estación de trenes desde donde este desconocido partirá, la señora C. queda demolida porque él no le dice que no se vaya. Nuevamente, Zweig da cuenta de su profundo y preciso conocimiento del alma femenina:

El desencanto de que el joven hubiese partido con tanta facilidad, sin manifestar ninguna resistencia, así, sin el menor deseo de permanecer a m¡ lado; que él, tan humilde y respetuoso, se conformara con alejarse de mí a la primera insinuación… en vez de… en vez de llevarme consigo… ; que me respetara, en fin, cual si fuera una santa aparecida en su camino y, en cambio, no viera en mí a la mujer, toda emoción y deseo.

A la hora fijada, esta viuda, llega a la estación, pero no encuentra al hombre; piensa que su tren ya partió. Muy triste, comienza a recorrer los distintos lugares por donde anduvieron y así finalmente llega al casino donde se habían conocido. Para su gran desilusión, el vicioso está jugando, rompiendo el juramento que le había hecho. Lo que sigue de ahí en adelante es un amargo recorrido por la imprudencia y el desconcierto que esta mujer siente al repasar lo vivido en esas 24 horas.

Esta historia tuvo cinco adaptaciones cinematográficas (la última el 2002) más una versión televisiva (1961), protagonizada por Ingrid Bergman. Aunque se le agregaron personajes (un amigo del marido fallecido, que censura al desconocido; una mujer alcahueta, que vive una relación con un hombre menor, por lo que alienta a Clare -el nombre que recibe la señora C. en la película- a vivir su aventura y una nieta, Helen, quien es su confidente), esta versión televisiva supo mantener la esencia de lo escrito por Zweig: pasión y vergüenza, aunque no arrepentimiento.

La abuela decide contarle sus locas 24 horas a su nieta porque la joven está encaprichada por la inminente salida de la cárcel de su enamorado. La abuela, busca hacerle ver lo peligroso que es estar con hombres con pasados oscuros.

Este film, en blanco y negro, presenta a una Ingrid Bergman espléndida para dar con el tono, la angustia, la incredulidad, la pena, la desilusión y la rabia que siente la protagonista de esta historia, que incluso hoy, podría ser catalogada de audaz. 

Este creativo e inteligente escritor austríaco-inglés, termina la narración, con elegancia y emoción, con palabras en boca del anónimo confidente:

De pie, ante mí, tendióme la mano. Involuntariamente contemplé su rostro y entonces me sentí conmovido y maravillado ante la expresión de la anciana señora que, amable y a la vez cohibida, tenía ante mí. ¿Era, acaso, el reflejo de la antigua pasión? ¿El rubor, lo que arrebolaba, de súbito, sus mejillas hasta la raíz del cabello? Estaba ante mí cual una doncella candorosamente turbada, abochornada de sus recuerdos y de su propia confidencia. Conmovido sincera y profundamente, quise testimoniarle, con unas palabras, mi respeto; pero no pude hablar.

Macarena Perez de Castro

Macarena Pérez de Castro es una autora convencida de que Dios la mando al mundo para ser escritora, aunque es una que no publica.
Profesionalmente, trabaja como Productora de TV y Profesora de Inglés y Literatura. Participa activamente en talleres de creación literaria y lidera varios Clubes de Lectura, incluyendo uno dedicado a autoras femeninas icónicas y otro centrado en libros adaptados al cine.

Actualmente, está corrigiendo una colección de cuentos llamada "Queen Size y otros cuentos" y escribiendo una novela corta titulada "Tu tanta falta de querer", con la esperanza de debutar como escritora publicada.

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