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Beautifully broken

Sinner

La primera vez que Sella miró de manera distinta a una chica fue en su niñez, tenía unos seis o siete años y las sensaciones que nacieron en su joven corazón le encantaron, sobre todo las mariposas en el estómago que subían a sus mejillas para teñirlas de un lindo color rojo. Fue diferente, pero era el mismo sentir que le sucedía cuando miraba a un chico. Sella de pequeña nunca lo encontró extraño ni se cuestionó más allá de eso, simplemente le llamaban la atención tanto los chicos como las chicas. 

Al crecer, la realidad que la rodeaba la azotó contra los prejuicios existentes y la venda de la niñez que la protegía de todo lo corrosivo del ser humano, se cayó. A pesar de eso nunca negó lo que sentía, simplemente lo escondió y trato de dejar de sentir, porque para este mundo, en ese tiempo seguía siendo alguien fuera de lo común; no cumplía con el estándar de una sociedad construida en una estructura que castigaba hasta hace pocos años amar a alguien de tu mismo sexo.

Sella a pesar de su corta edad se cuestionaba ¿Tan malo era sentirse atraído por alguien igual a ti? No entendía porque estaba mal y tampoco se atrevía a preguntar. 

Dejándose llevar por los cuentos de niña creía que el príncipe que la rescataba, también podría ser una princesa que la amara por el resto de su vida, no lo veía raro. Aunque ese entorno que aún no comprendía lo encontrará extraño, así era ella y estaba bien o al menos eso trataba de creer. Lo único que la retenía de encontrar esa libertad, que aún no entendía en su totalidad, eran las personas que más deberían aceptarla, su familia. Siendo educados, con doctrinas fijas y mirando mal todo lo diferente que no se ajustaba a lo dictado por el común, le asustaba, la retenía. Tenía claro que con aquello, no podría decir nada porque que ellos la rechazarían, no le importaba mucho ser rechazada había vivido eso durante toda su vida. Pero que tu madre, la mujer que te miraba con todo el amor del mundo, cambiará ese amor por odio eso era lo que temía.

 Temía a la sensación de rechazo que podía provocar en la única persona que la había amado supuestamente toda su vida y no quería provocar otra decepción en esos ojos que a medida que iba creciendo, cada día se endurecían más frente a su persona, sólo añoraba que la mirara otra vez como la niña de sus ojos, porque ella lo seguía siendo a pesar de todo. Sella no permitirá que sus deseos la terminaran de quebrar. Ya estaba rota para el mundo, no quería estarlo para su familia.

Sella creció escondiendo su sentir. Le llamaron la atención muchas personas en el camino, tanto hombre como mujeres, pero cuando su vista se detenía en las figuras delicadas o con curvas que llamaban su atención, cerraba sus ojos y se reprendía. 

No puedes -se decía- no lo vale. 

 Dolía no poder mirar con libertad esas hermosas figuras que con su cabello largo o corto le llamaban, que con sus largas pestañas la coqueteaban. No podía, porque no estaba bien y con esa cárcel interna que creó su mente y su corazón, su adolescencia llegó. Fue complicado para ella, pero siempre lo había sido. A pesar de gustarle también a los chicos, fue aún más difícil contenerse al ser criada en un colegio de solo mujeres. Como una adolescente hormonal que estaba descubriendo su cuerpo se resistía a mirar su mayor pecado. El problema fue que algunas veces la atracción era tan fuerte con ciertas personas que no podía dejar volar su imaginación. 

Sobre todo, con Fa. Fa fue una hermosa piedra en su camino. Su cuerpo la llamaba a apreciarla y su calidad sonrisa la consolaban, joder le gustaba mucho. No podía no desear pasar sus manos por su cuerpo y adorarla como una obra de arte más en ese museo que llaman vida. 

La atracción que provocó Fa, fue tan explosiva como fugaz. Como cualquier ser humano sufrió las consecuencias de un amor no correspondido. La chica que adoró a sus 16 años, la rompió aún más de lo que ya estaba. Sella además de querer a una persona completamente heterosexual, vio cómo se enamoró de alguien que no era ella.  Pero estaba bien así tenía que ser ¿no? Esa normalidad impuesta era lo correcto mientras que sus pensamientos no la llevarían, según las viejas metáforas a un lugar muy bonito, igualmente no podía obligar a Fa a quererla como ella deseaba. Al salir del colegio esa cárcel autoimpuesta frente a lo que supuestamente estaba mal se cerró a un más.

Al pasar los meses conoció a Piero con el cual formaría una relación y estaría durante casi 4 años de su vida. A pesar de estar en una relación, Sella no se privó y siempre observo. Aunque no pudiera declarar al mundo lo que sentía, sus ojos fueron su mejor aliado. Le gustaba y siempre le encanto apreciar los diferentes tipos de bellezas en las personas, adoraba esa belleza en los chicos como en las chicas. Le gustaba era genial sentir esa sensación por ellos y ellas. Tenía lo mejor de dos mundos, pero no podía confesarlo, no podía gritarlo. Seguía encerrada en la jaula de cristal que ella misma había edificado frente a su sentir.

Al terminar con Piero se olvidó de las relaciones. No era una persona que disfrutaba pertenecer a un solo lugar, le gustaba su libertad o al menos a la que podía optar al tener encerrada una parte de ella en lo profundo de su ser. Sella se mantuvo soltera estando bien al no necesitar a alguien más, simplemente teniendo pequeños deslices en el deseo que provocaban tanto chicos como chicas. A esas alturas era imposible para ella no mirarlas, preciosas en sus diferentes maneras y aptitudes, las mujeres eran dignas de apreciar. Amaba el choque de bellezas entre los dos sexos. De la supuesta belleza tosca de los hombres y la supuesta delicadez estandarizada de las mujeres. Sus cuerpos, algunos grandes y otros pequeños, eran llamativos y le gustaban. La atracción era por igual para ella. Se reprimió como pudo, hasta que llegó ella.

Na con su forma de ser la destruyó. La consumió como ningún chico o chica antes lo había hecho y le encantaba. Amo las sensaciones que provocaba en su cuerpo y en su mente. La atracción entre ellas era palpable o al menos Sella lo sentía así. Bebió y recibió como pudo lo que Na le entregó. Y con la perspectiva de Na sobre el mundo que nunca puedo apreciar descubrió que a pesar de estar rota era algo jodidamente hermoso. No tenía por qué culparse si una chica le llamaba la atención, seguía siendo una persona a pesar de todo. No es que fuera anormal, sino un simple ser humano que sentía como cualquier otro.

Esta nueva presencia en su vida no pasaría a ser más que una amistad. Pero estaba bien con eso, Na ya había hecho suficiente y aunque no pudiera tener la fuerza para hacer algo o simplemente no quería, Sella está agradecida de haberla conocido y que sea parte en estos momentos de su vida. La hace feliz. Na fue la pieza final del rompecabezas de Sella.

Con esta nueva perspectiva, el miedo que la consumía desde pequeña por lo que mamá dirá fue apartado de su interior y decidió alejarlo. Estaba harta de reprimir su sentir por el bienestar ajeno. Quería simplemente desear sin miedo ni ataduras que la mantuvieron cautiva en una normativa en la que ella no encajaba, en una normalidad que no era nada normal para Sella.

Enfrentándose a la persona que alguna vez llamó mamá, le dijo lo que pasaba y con ello sintió su mundo desmoronarse, sin embargo, aunque las lágrimas inundaron los ojos ajenos y la decepción haya abarcado esa mirada. Su corazón se encogió, pero el peso de años de encierro se liberó. Finalmente era libre y esperaba que alguna vez esa mujer que la protegió del monstruo bajo la cama entendiera. Sella sabía que estaba rota para esta sociedad, pero era algo hermoso. Estaba hermosamente rota y amaba estarlo, porque era libre. 

Camila Moya

Escritora y colaboradora de diversas desde el año 2020. Nacida en santiago de Chile en 1999. Es estudiante de licenciatura en lengua y literatura en la universidad Alberto Hurtado. Ha participado en el seminario "La palabra de Dante a 700 años de su muerte" impartido por la universidad católica de valparaiso. Sus escritos se desarrollan en cuentos y novelas románticas juveniles.

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