“Cuarentenismo: Síndrome en donde existe una predilección por encerrarse durante un problema o situación de riesgo. Este encierro puede ser tanto físico (dentro de una habitación o de una zona disminuida) o bien emocional, el cual el individuo se encierra en su propia mente incapaz de pensar, analizar, o estar consciente de qué es lo que está pasando a su alrededor.”
—Bien fuerte la cosa —dijo la señora del fondo cuando terminé de leer y cerré el diario que estaba en mis manos. —Me da lata la gente acuarentenada.
—¿También leyó la noticia? Han habido casi cinco mil casos diarios —respondí yo, algo nervioso cuando la señora a mi lado empezó a toser. —Se contagia fácil.
—Eso dicen —respondió la misma señora de hace un rato. —Mi hija sufre de eso. A la pobre la tuve que traer al doctor al tiro.
—¿Cómo supo que su hija estaba contagiada? —preguntó un muchachito que estaba unos asientos al lado mío. Tenía audífonos puestos, pero se retiró uno para meterse en la conversación.
La señora apretó los labios, daba la impresión que estaba recordando.
—La pillé un día en su pieza a oscuras. No quería comer, no quería salir al patio. Estaba ahí encerrada mientras veía la tele. —contestó ella bastante tranquila, pero igual se notaba que estaba con algo de angustia al hablar. —Un día la llevé al doctor y la diagnosticó.
—¿No sintió miedo? —preguntó el chiquillo mientras se bajaba las mangas del polerón.
—¿No sintió miedo que estuviera acuarentenada?
La señora movió la cabeza para decir que sí.
—Las cifras de muertes son bastantes altas —agregó la señora a mi lado que había acabado de toser unos minutos atrás. —Yo estaría con miedo si fuera usted.
—Tomé precauciones —respondió ella. —La tengo con tratamiento.
—¿Y cuál es? —pregunté yo. Recibí un papel en modo de respuesta, pero no tuve la necesidad de leerlo cuando la señora volvió a hablar.
—La tengo con pastillas —respondió —Pero me está alegando que la engordan. Está harto mejor eso sí.
—Menos mal que se dio cuenta —murmuré más para mi mismo, pero aún así ella me logró escuchar.
—Sí. Si de hecho no todos tienen los mismos síntomas. Algunos son asintomáticos.
—Eso es verdad —dijo la señora que tosía cada tanto. —Algunos están acuarentenados pero ni se nota. Andan por ahí como si nada, uno ni se percata que están enfermos.
—Esos son los que más contagian —agregó. Me di cuenta que el chiquillo del polerón bajó la cabeza
—Por eso uno debería ir al doctor igual, pa’ no andar acuarentenando a los demás, digo yo.
Asentí con la cabeza, dándole la razón.
Nos quedamos callados un rato, el silencio no era desagradable, incluso podía escuchar la música que salía de los audífonos del muchacho. Aunque no duró mucho porque en un rato lo llamaron.
—¿Matías? —dijo el doctor desde el pasillo.
Cuando vi que se levantó, pude ver sus brazos.
—Tuvo síntomas —escuché que me murmuraba la señora que tosía. Yo simplemente asentí.
Esperé unos cinco minutos más a que me llamaran para darme mis exámenes. Llevaba unas dos horas sentado mientras miraba por la ventana la lluvia que caía cada tanto.
La lluvia últimamente me daba miedo.
Lo bueno es que no tuve que estar tanto rato perdido en esas gotas que se pegaban contra la ventana, porque el doctor llegó con un papel a mi nombre casi un par de minutos después.
Tomé el sobre con tranquilidad, sintiendo en la nuca la mirada de la señora que tosía, y la señora que tenía a su hija enferma.
Me reí cuando vi el resultado.
—Sí que era contagioso —bromeé, sintiendo el rostro de lástima que puso cada una de
ellas.