La siguiente historia es traída por un joven llamado Matías y tiene 14 años. tiene miedo de decir su nombre real, ya que, el vecino involucrado puede identificarlo y causar algún problema, así que, modificaremos datos y detalles para resguardar su seguridad.
Muchas gracias por la confianza.
Todo ocurrió un fin de semana. Gracias a la pandemia y a la cuarentena, con mi hermano chico comenzamos a ir todas las tardes a escalar los cerros que estaban cerca de mi casa, para evitar el aburrimiento y movernos un poco. Después de almorzar, preparamos botellas de agua y, embetunados en bloqueador, nos marcharon felices por la puerta de la casa.
Durante la tarde, caminamos y escalamos el cerro, nos encontramos con conejos, pájaros, flores silvestres y a Lucas, al tratar de bajar una colina, se cayó y aterrizó sobre su poto. La tarde había sido tan divertida que perdimos la noción del tiempo, estaba anocheciendo y, recordamos lo que nos dijo nuestra mamá antes de partir: teníamos que regresar antes de que el sol se ponga, ya que, le daba miedo que estuviéramos de noche en la naturaleza.
Comenzamos a descender y tomamos una ruta distinta a la que siempre tomábamos. En vez de terminar la ruta del cerro que llegaba a la calle que daba a la puerta de nuestra casa, decidimos cortar camino y darnos la vuelta para ir al cerro que topaba con la parte de atrás, subir la pandereta y aterrizar en nuestro patio. Fue ahí, cuando estábamos a solo 3 casas, cuando vimos una escena muy extraña.
El cerro daba vista directa al patio de uno de nuestros vecinos, en esa ocasión y sin intención maligna por parte de nosotros, vimos por accidente qué estaba ocurriendo ahí.
Habían 4 personas: nuestro vecino sentado muy cómodo en su jacuzzi disfrutando de las burbujas calientes, una muchacha de apariencia joven, vestida -o más bien- disfrazada de ama de llaves, de piel muy oscura, descolgando la ropa del tendedero. Otro hombre más mayor, más anciano, vestido con traje de gala, igualmente de piel oscura, limpiando las ventanas y por último, un hombre joven que salía de la casa al patio con una bandeja de plata donde contenía una cerveza y con un acento caribeño le indica a nuestro vecino que llegó su bebida.
Quedamos extrañados ante aquella escena porque nuestro vecino actuaba de manera muy mala onda con las personas en su patio. A la chica le decia comentarios desubicados cada vez que se agachaba para doblar la ropa, al más anciano le gritaba o le dirigía comentarios ofensivos y al joven le hablaba como si fuera tonto. Era muy raro verlo así porque teníamos una imagen muy distinta de él, este vecino era muy amable con nuestros papás, jugaba de vez en cuando con nosotros a la pelota, nos hacía reír hasta que nos dolía la guata y siempre lo veíamos en misa los domingos, rezando intensamente, inclusive de vez en cuando se le caía una que otra lágrima mientras lo hacía.
Asustados y confundidos, corrimos hacia nuestra casa con mucha cautela para no ser descubiertos. Al momento de caer en el patio, corrimos a la cocina donde estaba mi mamá y le contamos todo lo que vimos. Mi madre, después de escuchar atentamente y pasmada ante aquella historia, nos regañó por meternos en la vida de los vecinos, nos comentó que ella ya sabía esto hace mucho tiempo, que cada uno hace con su vida lo que se le plazca y que si hacíamos eso otra vez o le llegábamos a decir a alguien más lo que vimos, estaríamos castigados.
Mi mamá ignoró por completo las partes de violencia que le relatamos, no pudo contestar nuestras preguntas y nunca más hablamos del tema.