A lo largo de gran parte de la historia de la humanidad, la mujer fue considerada un ser sin alma, inferior al hombre, cuya existencia estaba justificada únicamente bajo el parámetro de que era quien tenía los hijos, y se hacía cargo de ellos. Para los antiguos griegos, la mujer era más animal que persona, una esclava al servicio del cuidado del hogar, y claro, útil porque podía procrear. Incluso de forma contemporánea, ahora mismo, miles de mujeres en países conservadores de África mueren a causa de los múltiples embarazos a los que sus esposos las obligan a tener, en ocasiones, más de 15 bebés.
Los movimientos feministas contemporáneos han logrado que las mujeres en todo el mundo tengan los mismos derechos que los hombres, tal como el voto, la lucha por la igualdad de sueldo, y aún más importante, la igualdad de derechos. Puede que, sin embargo, la más grande de las luchas esté dentro de cada una de nosotras, al reconocernos válidas, autónomas; y cuestionando aquellas imposiciones patriarcales tan antiguas, que se confunden como paisaje inamovible en nuestra sociedad. Tener hijos es una de ellas.
El siguiente paso importante para lograr una autonomía femenina frente al cuerpo y la toma de decisiones de la mujer sobre sí misma es, por lo tanto, generar un cuestionamiento hacia la maternidad. Abandonar la romantización de la misma, que tanto nos acompaña en los medios, pero aún más importante, no perpetuar la idea de que es el deber moral y social de la mujer. ¿De qué forma es posible conseguir algo como eso? Primeramente, es necesario dejar de influenciar con tanta fuerza a las niñas más pequeñas mediante regalos como bebés de juguete, y comentarios en torno a los hijos futuros, o lo importante que es tenerlos. Ya sea que estos sean deseados o no haya un interés en torno a ello, es un hecho que a muchas chicas (y porque no decirlo, seguro que chicos también) se les habla de la maternidad desde muy temprana edad con cierto tono definitivo, como si no existiesen otras opciones. Esto es particularmente dañino para personas que finalmente terminan, por ejemplo, teniendo problemas de concepción, quienes se sienten incompletas al no cumplir con las expectativas reproductivas del entorno. Es vital enseñar a todos los niños la importancia del amor y la familia, pero el tener o no un hijo ha de ser una decisión propia, no influenciada, y mucho menos una regla no escrita de comportamiento social. Una buena educación sexual, que incluya la maternidad y paternidad también, cómo decidir y proceder frente a ella, es vital.
La ausencia de una educación que incluya los aspectos emocionales de la sexualidad provoca estragos en los comportamientos futuros de niños y jóvenes, pero además impide un desarrollo crítico de temas tan importantes como la familia y la maternidad. Es fundamental que esta educación deje de centrarse tan ortopedicamente en el celibato y los tipos de anticoncepción más comunes, para dar pie a un entendimiento de la sexualidad y sus consecuencias de una forma orgánica, real, que permita la toma libre de decisiones informadas. Pero además, como mujeres adultas, es de suma importancia lograr un auto cuestionamiento frente al tema, partiendo por identificar si el deseo de maternidad nace de un deseo real y no las influencias recibidas -francamente, un adoctrinamiento- durante la niñez, la familia y los medios.
¿Es este el mundo en el que quiero traer a una persona? ¿Cuál es la razón por la que lo deseo? ¿Estoy segura/o de tener los medios, el tiempo y la voluntad para crear una vida que será un impacto positivo en el mundo?
Pero también es importante dejar el prejuicio frente a la mujer que decide no ser madre, quitar ese estigma, que no hace más que perpetuar maternidades forzadas, tristes, que tienen un impacto negativo en los niños. La legalización del aborto en forma libre tiene mucho que ver con esta arista, pero una sociedad donde la persona que aborta es perseguida y estigmatizada no permite un uso completo de las facultades de desición de quien se ve afectado, además de sumar pesar a una situación sumamente delicada y personal, que debe ser tratada con empatía y no rechazo.
Si el futuro ha de ser feminista, que parta también de la autocontemplación de cada una, reconociendo estos comportamientos legados de un sistema patriarcal que debe encaminarse al olvido, reconociendo en nosotras este potencial de cuestionamiento que nos permitirá ser verdaderamente libres.